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INMERSIÓN
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P O E TA S
23:12–24:12
No me he apartado de sus mandatos,
sino que he atesorado sus palabras más que la comida diaria.
Pero una vez que él haya tomado su decisión, ¿quién podrá hacerlo
cambiar de parecer?
Lo que quiere hacer, lo hace.
Por lo tanto, él hará conmigo lo que tiene pensado;
él controla mi destino.
Con razón estoy tan aterrado ante su presencia;
cuando lo pienso, el terror se apodera de mí.
Dios me ha enfermado el corazón;
el Todopoderoso me ha aterrado.
No me han destruido las tinieblas que me rodean;
ni la densa e impenetrable oscuridad que está por todas partes.
»¿Por qué el Todopoderoso no trae a juicio a los malvados?
¿Por qué los justos deben esperarlo en vano?
La gente malvada roba tierras moviendo los límites de propiedad;
roba animales y los pone en sus propios campos.
Los malos le quitan el burro al huérfano
y a la viuda le exigen el buey como garantía por un préstamo.
A los pobres los echan del camino;
los necesitados tienen que esconderse juntos para estar a salvo.
Igual que los burros salvajes en los lugares desolados,
los pobres pasan todo su tiempo buscando comida;
hasta en el desierto buscan alimento para sus hijos.
Cosechan un campo que no es suyo,
y recogen las sobras en los viñedos de los malvados.
Pasan la noche desnudos en medio del frío,
sin ropa ni abrigo para cubrirse.
Las lluvias de la montaña los empapan
y se amontonan contra las rocas en busca de refugio.
»Los malvados, a la viuda le arrebatan del pecho a su hijo,
y toman al bebé como garantía de un préstamo.
El pobre tiene que andar desnudo, sin ropa;
cosecha alimentos para otros mientras él mismo se muere de
hambre.
Prensa el aceite de oliva pero no le permiten probarlo,
y pisa las uvas en el lagar mientras pasa sed.
Los gemidos de los moribundos se elevan desde la ciudad,
y los heridos claman por ayuda,
sin embargo, Dios no hace caso a sus lamentos.