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ECLESIA STÉS
Estas son las palabras del Maestro, hijo del rey David y gobernante de
Jerusalén.
«Nada tiene sentido —dice el Maestro—, ¡ningún sentido en absoluto!».
¿Qué obtiene la gente con trabajar tanto bajo el sol? Las generaciones van
y vienen, pero la t ierra nunca cambia. El sol sale y se pone, y se apresura a
dar toda la vuelta para volver a salir. El viento sopla hacia el sur y luego gira
hacia el norte. Da vueltas y vueltas soplando en círculos. Los ríos desembocan en el mar, pero el mar nunca se llena. Luego el agua vuelve a los ríos
y sale nuevamente al mar. Todo es tan tedioso, imposible de describir. No
importa cuánto veamos, nunca quedamos satisfechos. No importa cuánto
oigamos, nada nos tiene contentos.
La historia no hace más que repetirse; ya todo se hizo antes. No hay nada
realmente nuevo bajo el sol. A veces la gente dice: «¡Esto es algo nuevo!»;
pero la verdad es que no lo es, nada es completamente nuevo. Ninguno de
nosotros recuerda lo que sucedió en el pasado, y las generaciones futuras
tampoco recordarán lo que hacemos ahora.
Yo, el Maestro, fui rey de Israel y viví en Jerusalén. Me dediqué a buscar
el entendimiento y a investigar con sabiduría todo lo que se hacía debajo
del cielo. Pronto descubrí que Dios le había dado una existencia trágica al
género humano. Observé todo lo que ocurría bajo el sol, y a decir verdad,
nada tiene sentido, es como perseguir el viento.
Lo que está mal no puede corregirse;
lo que se ha perdido no puede recuperarse.
Me dije: «A ver, soy más sabio que todos los reyes que gobernaron Jerusalén antes que yo. Tengo más sabiduría y conocimiento que cualquiera
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