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INMERSIÓN
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CRÓNICAS
2C | 18:25–19:7
«¡Arréstenlo! —ordenó el rey de Israel—. Llévenlo de regreso a Amón,
el gobernador de la ciudad, y a mi hijo Joás. Denles la siguiente orden de
parte del rey: “¡Metan a este hombre en la cárcel y no le den más que pan
y agua hasta que yo regrese sano y salvo de la batalla!”».
Pero Micaías respondió: «¡Si tú regresas a salvo, eso significará que el
Señor no habló por medio de mí!». Entonces, dirigiéndose a los que estaban alrededor, agregó: «¡Todos ustedes, tomen nota de mis palabras!».
Entonces Acab, rey de I srael, y Josafat, rey de Judá, dirigieron a sus ejércitos contra Ramot de Galaad. El rey de I srael dijo a Josafat: «Cuando
entremos en la batalla, yo me disfrazaré para que nadie me reconozca,
pero tú ponte tus vestiduras reales». Así que el rey de I srael se disfrazó, y
ambos entraron en la batalla.
A su vez, el rey de Aram había dado las siguientes órdenes a sus comandantes de c arros de g uerra: «Ataquen solamente al rey de I srael. ¡No
pierdan tiempo con nadie más!». Entonces, cuando los comandantes arameos de los c arros vieron a Josafat en sus vestiduras reales, comenzaron
a perseguirlo. «¡Allí está el rey de Israel!», gritaban; pero Josafat clamó,
y el Señor lo rescató. Dios lo ayudó, apartando a sus atacantes de él. Tan
pronto como los comandantes de los c arros se dieron cuenta de que no
era el rey de I srael, dejaron de perseguirlo.
Sin embargo, un soldado arameo disparó una flecha al azar hacia las
tropas israelitas e hirió al rey de I srael entre las uniones de su armadura.
«¡Da la vuelta y sácame de aquí! —dijo Acab entre quejas y gemidos al
conductor del carro—. ¡Estoy gravemente herido!».
La encarnizada batalla se prolongó todo ese día, y el rey de Israel se mantuvo erguido en su c arro frente a los arameos. Por la tarde, justo cuando se
ponía el sol, Acab murió.
Cuando el rey Josafat de Judá regresó a salvo a Jerusalén, Jehú, hijo de
Hananí el vidente, salió a recibirlo. «¿Por qué habrías de ayudar a los perversos y amar a los que odian al S eñor? —le preguntó al rey—. Debido
a lo que has hecho, el Señor está muy enojado contigo. Sin embargo, hay
algo bueno en ti porque quitaste los postes dedicados a la diosa Asera por
todo el territorio y has decidido buscar a Dios».
Josafat vivía en Jerusalén pero solía salir a visitar a su gente, y recorría
el territorio desde Beerseba hasta la zona montañosa de Efraín, para animar al pueblo a que volviera al S eñor, Dios de sus antepasados. Nombró
jueces en las ciudades fortificadas por toda la nación y les dijo: «Piensen siempre con cuidado antes de pronunciar juicio. Recuerden que no
juzgan para agradar a la gente sino para agradar al Señor. Él estará con
ustedes cuando entreguen el veredicto para cada caso. Teman al Señor
y juzguen con integridad, porque el S eñor nuestro Dios no tolera que