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C rónicas – E S D R A S – N E H E M Í A S
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israelitas vieron que el fuego descendía y que la gloriosa presencia del
Señor llenaba el templo, cayeron postrados rostro en tierra y adoraron y
alabaron al S eñor diciendo:
«¡Él es bueno!
¡Su fiel amor perdura para siempre!».
Luego el rey y todo el pueblo ofrecieron sacrificios al S eñor. El rey
Salomón ofreció un sacrificio de veintidós mil cabezas de ganado y ciento
veinte mil ovejas y cabras. Así el rey y todo el pueblo dedicaron el templo
de Dios. Los sacerdotes ocuparon sus puestos asignados al igual que los
levitas, quienes cantaban: «¡Su fiel amor perdura para siempre!». Acompañaban el canto con la música de los instrumentos que el rey D
avid había
hecho para alabar al Señor. Enfrente de los levitas, los sacerdotes hacían
sonar las trompetas mientras todo I srael estaba de pie.
Luego Salomón consagró la parte central del atrio que está delante del
templo del Señor. Allí presentó las ofrendas quemadas y la grasa de las
ofrendas de paz, porque el altar de bronce que había construido no alcanzaba para tantas ofrendas quemadas, ofrendas de grano y la grasa de los
sacrificios.
Durante los siete días siguientes, Salomón y todo I srael celebraron el
Festival de las Enramadas. Se había reunido una gran multitud desde lugares tan lejanos como Lebo-hamat, en el norte, y el arroyo de Egipto,
en el sur. Al octavo día hicieron la ceremonia de clausura, porque habían
celebrado la dedicación del altar durante siete días y el Festival de las Enramadas también por siete días. Luego, al final de la celebración, Salomón
despidió al pueblo. Todos estaban llenos de alegría y muy contentos porque el Señor había sido bueno con David, con Salomón y con su pueblo
Israel.
Así que Salomón terminó de construir el templo del Señor y también el
palacio real. Llevó a cabo todo lo que había pensado hacer en la construcción del templo y del palacio. Luego una noche el S eñor se le apareció a
Salomón y le dijo:
«He oído tu oración y he elegido este templo como el lugar para que
se realicen sacrificios. Puede ser que a veces yo cierre los cielos para
que no llueva o mande langostas para que devoren las cosechas o
envíe plagas entre ustedes; pero si mi pueblo, que lleva mi nombre, se
humilla y ora, busca mi rostro y se aparta de su conducta perversa, yo
oiré desde el cielo, perdonaré sus pecados y restauraré su tierra. Mis
ojos estarán abiertos y mis oídos atentos a cada oración que se eleve
en este lugar. Pues he elegido este templo y lo he apartado para que