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INMERSIÓN
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CRÓNICAS
3:11-26
culto a la estatua de oro al oír tocar la trompeta, la flauta, la cítara, la lira,
el arpa, la zampoña y otros instrumentos musicales. Ese decreto también
establece que quienes se rehúsen a obedecer serán arrojados dentro de un
horno ardiente. Pues hay algunos judíos —Sadrac, Mesac y Abed-nego—
a los que usted puso a cargo de la provincia de Babilonia que no le prestan
atención, su majestad. Se niegan a servir a los dioses de su majestad y no
rinden culto a la estatua de oro que usted ha levantado».
Entonces Nabucodonosor se enfureció y ordenó que trajeran ante él
a Sadrac, Mesac y Abed-nego. Cuando los trajeron, Nabucodonosor les
preguntó:
—¿Es cierto, Sadrac, Mesac y Abed-nego, que ustedes se rehúsan a servir a mis dioses y a rendir culto a la estatua de oro que he levantado? Les
daré una oportunidad más para inclinarse y rendir culto a la estatua que
he hecho cuando oigan el sonido de los instrumentos musicales. Sin embargo, si se niegan, serán inmediatamente arrojados al horno ardiente y
entonces, ¿qué dios podrá rescatarlos de mi poder?
Sadrac, Mesac y Abed-nego contestaron:
—Oh Nabucodonosor, no necesitamos defendernos delante de usted.
Si nos arrojan al horno ardiente, el D
ios a quien servimos es capaz de salvarnos. Él nos rescatará de su poder, su majestad; pero aunque no lo hiciera, deseamos dejar en claro ante usted que jamás serviremos a sus dioses
ni rendiremos culto a la estatua de oro que usted ha levantado.
Entonces Nabucodonosor se enfureció tanto con Sadrac, Mesac y Abednego que el rostro se le desfiguró a causa de la ira. Mandó calentar el horno
siete veces más de lo habitual. Entonces ordenó que algunos de los hombres más fuertes de su ejército ataran a Sadrac, Mesac y Abed-nego y los
arrojaran al horno ardiente. Así que los ataron y los arrojaron al horno,
totalmente vestidos con sus pantalones, turbantes, túnicas y demás ropas.
Ya que el rey, en su enojo, había exigido que el horno estuviera bien caliente, las llamas mataron a los soldados mientras arrojaban dentro a los
tres hombres. De esa forma Sadrac, Mesac y Abed-nego, firmemente atados, cayeron a las rugientes llamas.
De pronto, Nabucodonosor, lleno de asombro, se puso de pie de un
salto y exclamó a sus asesores:
—¿No eran tres los hombres que atamos y arrojamos dentro del horno?
—Sí, su majestad, así es —le contestaron.
—¡Miren! —gritó Nabucodonosor—. ¡Yo veo a cuatro hombres desatados que caminan en medio del fuego sin sufrir daño! ¡Y el cuarto hombre
se parece a un dios!
Entonces Nabucodonosor se acercó tanto como pudo a la puerta del
horno en llamas y gritó: «¡Sadrac, Mesac y Abed-nego, siervos del Dios
Altísimo, salgan y vengan aquí!».