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INMERSIÓN
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REINOS
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nazareo desde mi nacimiento. Si me raparan la cabeza, perdería la fuerza,
y me volvería tan débil como cualquier otro hombre».
Así que Dalila se dio cuenta de que por fin Sansón le había dicho la
verdad, y mandó llamar a los gobernantes filisteos. «Vuelvan una vez más
—les dijo—, porque al fin me reveló su secreto». Entonces los gobernantes filisteos volvieron con el dinero en las manos. Dalila arrulló a Sansón hasta dormirlo con la cabeza sobre su regazo, y luego hizo entrar a un
hombre para que le afeitara las siete trenzas del cabello. De esa forma, ella
comenzó a debilitarlo, y la fuerza lo abandonó.
Entonces ella gritó: «¡Sansón! ¡Los filisteos han venido a capturarte!».
Cuando se despertó, pensó: «Haré como antes y enseguida me liberaré»; pero no se daba cuenta de que el Señor lo había abandonado.
Así que los filisteos lo capturaron y le sacaron los ojos. Se lo llevaron a
Gaza, donde lo ataron con cadenas de bronce y lo obligaron a moler grano
en la prisión.
Pero en poco tiempo, el cabello comenzó a crecerle otra vez.
Entonces los gobernantes filisteos se juntaron para celebrar un gran festival, en el que ofrecían sacrificios y alababan a su dios Dagón diciendo:
«¡Nuestro dios nos ha dado la victoria sobre Sansón, nuestro enemigo!».
Cuando el pueblo vio a Sansón, también alabó a su dios diciendo:
«¡Nuestro dios nos ha entregado a nuestro enemigo! ¡El que mató a tantos de nosotros ahora está en nuestro poder!».
Los presentes, ya medio borrachos, exigieron: «¡Traigan a Sansón para
que nos divierta!». Así que lo sacaron de la prisión para que los entretuviera, y lo pusieron de pie entre las columnas que sostenían la azotea.
Sansón le dijo al joven sirviente que lo llevaba de la mano: «Pon mis
manos sobre las columnas que sostienen el templo. Quiero recostarme en
ellas». Ahora bien, el templo estaba totalmente lleno de gente. Todos los
gobernantes filisteos estaban presentes, y en la azotea había cerca de tres
mil hombres y mujeres, mirando el entretenimiento de Sansón.
Entonces Sansón oró al Señor: «Señor Soberano, acuérdate de mí
otra vez. Oh Dios, te ruego que me fortalezcas solo una vez más. Con un
solo golpe, déjame vengarme de los filisteos por la pérdida de mis dos
ojos». Entonces Sansón apoyó las manos sobre las dos columnas centrales
que sostenían el templo; las empujó con ambas manos y pidió en oración: «Déjame morir con los filisteos». Y el templo se derrumbó sobre
los gobernantes filisteos y todos los demás presentes. De esa manera, Sansón mató más personas al morir, que las que había matado durante toda
su vida.
Más tarde, sus hermanos y otros parientes descendieron a la ciudad para
recoger su cuerpo. Lo llevaron de regreso a su t ierra y lo enterraron entre
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