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J u eces
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Entonces los israelitas dijeron a Gedeón:
—¡Gobiérnanos! Tú y tu hijo y tu nieto serán nuestros gobernantes,
porque nos has rescatado de Madián.
Pero Gedeón respondió:
—Yo no los gobernaré ni tampoco mi hijo. ¡El S eñor los gobernará! Sin
embargo, tengo una petición que hacerles: que cada uno de ustedes me dé
un arete del botín que recogieron de sus enemigos caídos.
(Como los enemigos eran ismaelitas, todos usaban aretes de oro).
—¡Con todo gusto! —le contestaron.
Así que extendieron un manto, y cada uno de ellos echó un arete de oro
que había recogido del botín. Todos los aretes de oro pesaron unos diecinueve kilos, sin contar los ornamentos reales ni los pendientes ni la ropa
de púrpura usada por los reyes de Madián, ni las cadenas que sus camellos
llevaban en el cuello.
Entonces Gedeón hizo un efod sagrado con el oro y lo puso en Ofra,
su pueblo natal. Pero pronto todos los israelitas se prostituyeron al rendir culto a ese efod, el cual se convirtió en una trampa para Gedeón y su
familia.
Esa es la historia de cómo el pueblo de I srael derrotó a Madián, y este
nunca se recuperó. Y hubo paz en la t ierra durante el resto de la vida de
Gedeón, unos cuarenta años más.
Luego Gedeón, hijo de Joás, volvió a su casa. Le nacieron setenta hijos
varones, porque tuvo muchas esposas. Además tuvo una concubina en
Siquem que le dio un hijo, a quien él llamó Abimelec. Gedeón murió muy
anciano, y fue enterrado en la tumba de su padre Joás, en Ofra, en la tierra
del clan de Abiezer.
En cuanto murió Gedeón, los israelitas se prostituyeron al rendir culto a
las imágenes de Baal y al hacer a Baal-berit su dios. Se olvidaron del Señor
su D
ios, quien los había rescatado de todos los enemigos que los rodeaban.
Tampoco mostraron lealtad alguna con la familia de Jerobaal (es decir,
Gedeón), a pesar de todo el bien que él había hecho por Israel.
Un día Abimelec, hijo de Gedeón, fue a Siquem para visitar a sus tíos, los
hermanos de su madre. Les dijo a ellos y al resto de su familia materna:
«Pregúntenles a los ciudadanos prominentes de Siquem si prefieren ser
gobernados por los setenta hijos de Gedeón o por un solo hombre. ¡Y
recuerden que soy de la misma sangre que ustedes!».
Entonces los tíos de Abimelec transmitieron ese mensaje a los ciudadanos de Siquem. Y después de escuchar la propuesta, el pueblo de Siquem
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