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INMERSIÓN
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REINOS
13:32–14:12
Esa fue la asignación de tierras que Moisés había hecho mientras estaba
en las llanuras de Moab, al otro lado del río Jordán, al oriente de Jericó.
Sin embargo, M
oisés no dio ninguna porción de tierra a la tribu de Leví,
porque el Señor, D
ios de Israel, había prometido que él mismo sería su
porción.
Las demás tribus de Israel recibieron porciones de tierra en Canaán asignadas por el sacerdote Eleazar, por Josué, hijo de Nun, y por los jefes de
las tribus. Esas nueve tribus y media recibieron sus porciones de t ierra
mediante un sorteo sagrado, según el mandato que el S eñor había dado
por medio de Moisés. Moisés ya les había asignado una porción de t ierra a
las dos tribus y media que estaban al oriente del río Jordán, pero no había
entregado ninguna porción a los levitas. Los descendientes de José se
habían separado en dos tribus distintas: Manasés y Efraín. Y a los levitas
no se les dio ninguna porción de tierra, únicamente ciudades donde vivir,
rodeadas de pastizales para sus animales y posesiones. De modo que se
distribuyó la t ierra exactamente según las órdenes que el S eñor había
dado a Moisés.
Una delegación de la tribu de Judá, dirigida por Caleb, hijo de Jefone,
el cenezeo, se presentó ante Josué, quien estaba en Gilgal. Caleb le dijo
a Josué: «Recuerda lo que el Señor le dijo a Moisés, hombre de Dios,
acerca de ti y de mí cuando estábamos en Cades-barnea. Yo tenía cuarenta
años cuando M
oisés, siervo del Señor, me envió desde Cades-barnea a
que explorara la t ierra de Canaán. Regresé y di un informe objetivo de lo
que vi, pero los hermanos que me acompañaron asustaron tanto al pueblo que nadie quería entrar en la T
ierra Prometida. Por mi parte, seguí al
Señor mi D
ios con todo mi corazón. Así que, ese día, M
oisés me prometió solemnemente: “La tierra de Canaán, por donde recién caminaste, será
tu porción de tierra y la de tus descendientes para siempre, porque seguiste
al Señor mi Dios con todo tu corazón”.
»Ahora, como puedes ver, en todos estos cuarenta y cinco años desde
que Moisés hizo esa promesa, el S eñor me ha mantenido con vida y buena
salud tal como lo prometió, incluso mientras I srael andaba vagando por
el desierto. Ahora tengo ochenta y cinco años. Estoy tan fuerte hoy como
cuando M
oisés me envió a esa travesía y aún puedo andar y pelear tan bien
como lo hacía entonces. Así que dame la zona montañosa que el S eñor
me prometió. Tú recordarás que, mientras explorábamos, encontramos allí
a los descendientes de Anac, que vivían en grandes ciudades amuralladas.
Pero si el Señor está conmigo, yo los expulsaré de la tierra, tal como el
Señor dijo».
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