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INMERSIÓN
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REINOS
2R
| 6:33–7:12
Mientras Eliseo decía esto, el mensajero llegó, y el rey dijo:
—¡Todo este sufrimiento viene del S eñor! ¿Por qué seguiré esperando
al S eñor?
Eliseo le respondió:
—¡Escucha el mensaje del S eñor! Esto dice el S eñor: “Mañana, a esta
hora, en los mercados de Samaria, siete litros de harina selecta costarán apenas una pieza de plata y catorce litros de grano de cebada costarán apenas
una pieza de plata”.
El funcionario que atendía al rey le dijo al hombre de Dios:
—¡Eso sería imposible aunque el Señor abriera las ventanas del cielo!
Pero Eliseo le respondió:
—¡Lo verás con tus propios ojos, pero no podrás comer nada de eso!
Sucedió que había cuatro hombres con lepra sentados en la entrada de
las puertas de la ciudad. «¿De qué nos sirve sentarnos aquí a esperar la
muerte? —se preguntaban unos a otros—. Si nos quedamos aquí, moriremos, pero con el hambre que hay en la ciudad, moriremos de hambre
también allá si regresamos. Así que mejor sería ir y entregarnos al ejército
arameo. Si ellos nos perdonan la vida, mucho mejor; pero si nos matan,
igual habríamos muerto».
Así que, al ponerse el sol, salieron hacia el campamento de los arameos;
pero cuando se aproximaron al límite del campamento, ¡no había nadie!
Pues el S eñor había hecho que el ejército arameo escuchara el traqueteo
de carros de guerra a toda velocidad, el galope de caballos y los sonidos
de un gran ejército que se acercaba. Por eso se gritaron unos a otros: «¡El
rey de Israel ha contratado a los hititas y a los egipcios para que nos ataquen!». Así que se llenaron de pánico y huyeron en la oscuridad de la
noche; abandonaron sus carpas, sus caballos, sus burros y todo lo demás,
y corrieron para salvar la vida.
Cuando los hombres con lepra llegaron al límite del campamento, fueron de carpa en carpa, comieron y bebieron vino, sacaron plata, oro y ropa,
y escondieron todo. Finalmente se dijeron entre ellos: «Esto no está bien.
Hoy es un día de buenas noticias, ¡y nosotros no lo hemos dicho a nadie!
Si esperamos hasta la mañana, seguro que nos o curre alguna calamidad.
¡Vamos, regresemos al palacio y contémosle a la gente!».
Así que regresaron a la ciudad e informaron a los porteros lo que había
sucedido. «Salimos al campamento arameo —dijeron—, ¡y allí no había
nadie! Los caballos y los b urros estaban atados, y todas las carpas estaban
en orden, ¡pero no había ni una sola persona!». Entonces los porteros
gritaron la noticia a la gente del palacio.
El rey se levantó de su cama a la mitad de la noche y dijo a sus oficiales:
—Yo sé lo que pasó. Los arameos saben que estamos muriendo de
hambre, por eso abandonaron su campamento y están escondidos en el
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