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SAMUEL–REYES
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mi amo, el rey, vaya al templo del dios Rimón para rendirle culto y se apoye
en mi brazo, que el Señor me perdone cuando yo también me incline.
—Ve en paz —le dijo Eliseo.
Así que Naamán emprendió el regreso a su casa.
Ahora bien, Giezi, el sirviente de Eliseo, hombre de D
ios, se dijo a sí
mismo: «Mi amo no debería haber dejado ir al arameo sin aceptar ninguno de sus regalos. Tan cierto como que el Señor vive, yo iré tras él y le
sacaré algo». Entonces Giezi salió en busca de Naamán.
Cuando Naamán vio que Giezi corría detrás de él, bajó de su carro de
guerra y fue a su encuentro.
—¿Está todo bien? —le preguntó Naamán.
—Sí —contestó Giezi—, pero mi amo me mandó a decirle que acaban
de llegar dos jóvenes profetas de la zona montañosa de Efraín; y él quisiera
treinta y cuatro kilos de plata y dos mudas de ropa para ellos.
—Por supuesto, llévate el doble de la plata —insistió Naamán.
Así que le dio dos mudas de ropa, amarró el dinero en dos bolsas y
mandó a dos de sus sirvientes para que le llevaran los regalos. Cuando
llegaron a la ciudadela, Giezi tomó los regalos de mano de los sirvientes
y despidió a los hombres. Luego entró en su casa y escondió los regalos.
Cuando entró para ver a su amo, Eliseo le preguntó:
—¿Adónde fuiste, Giezi?
—A ninguna parte —le contestó él.
Pero Eliseo le preguntó:
—¿No te das cuenta de que yo estaba allí en espíritu cuando Naamán
bajó de su c arro de g uerra para ir a tu encuentro? ¿Acaso es momento
de recibir dinero y ropa, olivares y viñedos, ovejas y ganado, sirvientes y
sirvientas? Por haber hecho esto, tú y todos tus descendientes sufrirán la
lepra de Naamán para siempre.
Cuando Giezi salió de la habitación, estaba cubierto de lepra; su piel se
puso blanca como la nieve.
Cierto día, el grupo de profetas fue a ver a Eliseo para decirle:
—Como puedes ver, este lugar, donde nos reunimos contigo es demasiado pequeño. Bajemos al río Jordán, donde hay bastantes troncos. Allí
podemos construir un lugar para reunirnos.
—Me parece bien —les dijo Eliseo—, vayan.
—Por favor, ven con nosotros —le dijo uno de ellos.
—Está bien, iré —contestó él.
Entonces Eliseo fue con ellos. Una vez que llegaron al Jordán, comenzaron a talar árboles; pero mientras uno de ellos cortaba un árbol, la cabeza
de su hacha cayó al río.
—¡Ay, señor! —gritó—. ¡Era un hacha prestada!
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