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SAMUEL–REYES
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Eliseo se levantó, caminó de un lado a otro en la habitación, y se tendió
nuevamente sobre el niño. ¡Esta vez el niño estornudó siete veces y abrió
los ojos!
Entonces Eliseo llamó a Giezi y le dijo: «¡Llama a la madre del niño!».
Cuando ella entró, Eliseo le dijo: «¡Aquí tienes, toma a tu hijo!». Ella cayó
a los pies de Eliseo y se inclinó ante él llena de gratitud. Después tomó a
su hijo en brazos y lo llevó abajo.
Eliseo regresó a Gilgal, y había hambre en la tierra. Cierto día, mientras un
grupo de profetas estaba sentado frente a él, le dijo a su sirviente: «Pon
una olla grande al fuego y prepara un guisado para el resto del grupo».
Entonces uno de los jóvenes fue al campo a recoger hierbas y regresó
con el bolsillo lleno de calabazas silvestres. Las cortó en tiras y las puso
en la olla, sin darse cuenta de que eran venenosas. Sirvieron un poco del
guisado a los hombres, quienes después de comer uno o dos bocados,
gritaron: «¡Hombre de D
ios, este guisado está envenenado!». Así que no
quisieron comerlo.
Eliseo les dijo: «Tráiganme un poco de harina». Entonces la arrojó en
la olla y dijo: «Ahora está bien, sigan comiendo». Y ya no les hizo daño.
Otro día, un hombre de B
aal-salisa le trajo al hombre de D
ios un saco de
grano fresco y veinte panes de cebada que había preparado con el primer
grano de su cosecha. Entonces Eliseo dijo:
—Dénselo a la gente para que coma.
—¿Qué? —exclamó el sirviente—. ¿Alimentar a cien personas solo con
esto?
Pero Eliseo reiteró:
—Dénselo a la gente para que coma, porque esto dice el Señor: “¡Todos
comerán, y hasta habrá de sobra!”.
Cuando se lo dieron a la gente, hubo suficiente para todos y sobró, tal
como el S eñor había prometido.
El rey de Aram sentía una gran admiración por Naamán, el comandante
del ejército, porque el Señor le había dado importantes victorias a Aram
por medio de él; pero a pesar de ser un poderoso guerrero, Naamán padecía de lepra.
En ese tiempo, los saqueadores arameos habían invadido la t ierra de
Israel, y entre sus cautivos se encontraba una muchacha a quien habían
entregado a la esposa de Naamán como criada. Cierto día, la muchacha le
dijo a su señora: «Si mi amo tan solo fuera a ver al profeta de Samaria; él
lo sanaría de su lepra».
Entonces Naamán le contó al rey lo que había dicho la joven israelita.
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