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SAMUEL–REYES
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en Betel, Jeroboam ofrecía sacrificios a los becerros que había hecho, y
nombró sacerdotes para los santuarios paganos que había construido. Así
que el día quince del octavo mes, una fecha que él mismo había designado,
Jeroboam ofreció sacrificios sobre el altar de Betel. Él instituyó un festival
religioso para Israel y subió al altar a quemar incienso.
Por mandato del Señor, un hombre de Dios de la región de Judá fue a
Betel y llegó en el momento que Jeroboam se acercaba al altar para quemar
incienso. Luego, por mandato del S eñor, el hombre de D
ios gritó: «¡Oh
altar, altar! Esto dice el Señor: “En la dinastía de David nacerá un niño
llamado Josías, quien sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los santuarios
paganos que vienen aquí a quemar incienso, y sobre ti se quemarán huesos
humanos”». Ese mismo día, el hombre de D
ios dio una señal para demostrar que su mensaje era verdadero y dijo: «El Señor ha prometido dar una
señal: este altar se partirá en dos, y sus cenizas se derramarán en el suelo».
Cuando Jeroboam oyó al hombre de Dios hablar contra el altar de Betel,
el rey lo señaló con el dedo y gritó: «¡Detengan a ese hombre!»; pero al
instante, la mano del rey se paralizó en esa posición, y no podía moverla.
En ese mismo momento, se produjo una enorme grieta en el altar y las
cenizas se desparramaron, tal como el hombre de Dios había predicho en
el mensaje que recibió del Señor.
Entonces el rey clamó al hombre de Dios: «¡Te ruego que le pidas al
Señor tu Dios que me restaure la mano!». Así que el hombre de Dios
oró al Señor, y la mano quedó restaurada y el rey pudo moverla otra vez.
Después el rey dijo al hombre de Dios:
—Ven al palacio conmigo, come algo y te daré un regalo.
Pero el hombre de Dios le dijo al rey:
—Aunque me dieras la mitad de todo lo que posees, no iría contigo.
No comería ni bebería nada en este lugar, porque el Señor me ordenó:
“No comas ni bebas nada mientras estés allí y no regreses a Judá por el
mismo camino”.
Así que salió de Betel y volvió a su casa por otro camino.
Sucedió que había un profeta anciano que vivía en Betel y sus hijos fueron a contarle lo que el hombre de Dios había hecho en Betel ese día.
También le contaron a su padre lo que el hombre le había dicho al rey.
El profeta anciano les preguntó: «¿Por dónde se fue?». Así que ellos le
mostraron a su padre el camino que el hombre de D
ios había tomado.
«¡Rápido, ensillen el b urro!», les dijo el anciano. Enseguida le ensillaron
el burro y se montó.
Entonces salió cabalgando en busca del hombre de D
ios y lo encontró
sentado debajo de un árbol grande. El profeta anciano le preguntó:
—¿Eres tú el hombre de Dios que vino de Judá?
—Sí, soy yo —le contestó.
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