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INMERSIÓN
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REINOS
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de regresar, y toda la ciudad está celebrando y festejando. Por eso hay tanto
ruido. Es más, ahora mismo Salomón está sentado en el trono real como
rey, y todos los funcionarios reales han ido a felicitar al rey David y a decirle: “¡Que su Dios aumente la fama de Salomón aún más que la suya, y
que engrandezca el reinado de Salomón aún más que el suyo!”. Entonces
el rey inclinó la cabeza en adoración mientras estaba en su cama y dijo:
“Alabado sea el S eñor, D
ios de I srael, quien el día de hoy ha escogido a un
sucesor que se siente en mi trono mientras yo aún vivo para presenciarlo”.
Entonces todos los invitados de Adonías, presos del pánico, saltaron de
la mesa del banquete y se dispersaron velozmente. Adonías tuvo miedo de
Salomón, por lo que c orrió a la carpa sagrada y se a garró de los cuernos
del altar. Pronto llegó a Salomón la noticia de que Adonías, por temor, se
había a garrado de los cuernos del altar y rogaba: «¡Que el rey Salomón
jure hoy que no me matará!».
Salomón respondió: «Si él demuestra ser leal, no se le tocará un pelo
de la cabeza; pero si causa problemas, morirá». Entonces el rey Salomón
mandó llamar a Adonías, y lo bajaron del altar. Adonías llegó y se inclinó
respetuosamente ante el rey Salomón, quien lo despidió diciéndole: «Vete
a tu casa».
Cuando ya se acercaba el momento de morir, el rey D
avid le dio el siguiente encargo a su hijo Salomón:
«Yo voy camino al lugar donde todos partirán algún día. Ten valor y
sé hombre. Cumple los requisitos del Señor tu D
ios y sigue todos sus
caminos. Obedece los decretos, los mandatos, las ordenanzas y las leyes
que están escritos en la ley de M
oisés, para que tengas éxito en todo lo que
hagas y dondequiera que vayas. Si lo haces, el Señor cumplirá la promesa
que me hizo cuando me dijo: “Si tus descendientes viven como debe ser y
me siguen fielmente, con todo el corazón y con toda el alma, siempre habrá
uno de ellos en el trono de Israel”.
»Además, tú ya sabes lo que me hizo Joab, hijo de Sarvia, cuando mató
a mis dos comandantes del ejército: a Abner, hijo de Ner, y a Amasa, hijo
de Jeter. Él fingió que fue un acto de guerra, pero estábamos en tiempo de
paz, con lo cual manchó con sangre inocente su cinto y sus sandalias. Haz
con él lo que mejor te parezca, pero no permitas que envejezca y vaya a la
tumba en paz.
»Sé bondadoso con los hijos de Barzilai, de Galaad. Haz que sean invitados permanentes en tu mesa, porque ellos me cuidaron cuando yo huía
de tu hermano Absalón.
»Acuérdate de Simei, hijo de Gera, el hombre de Bahurim de la tribu
de Benjamín. Él me maldijo con una maldición terrible cuando yo escapaba hacia Mahanaim. Cuando vino a verme al río Jordán, yo le juré por el
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