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INMERSIÓN
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REINOS
2S
| 18:29–19:10
—Alabado sea el Señor su Dios, quien ha entregado a los rebeldes que
se atrevieron a hacerle frente a mi señor el rey.
—¿Qué me dices del joven Absalón? —preguntó el rey—. ¿Está bien?
—Cuando Joab me dijo que viniera, había una gran conmoción —contestó Ahimaas—, pero no supe lo que pasaba.
—Espera aquí —le dijo el rey.
Y Ahimaas se hizo a un lado.
Enseguida el etíope llegó y le dijo:
—Tengo buenas noticias para mi señor el rey. Hoy el S eñor lo ha librado de todos los que se rebelaron en su contra.
—¿Qué me dices del joven Absalón? —preguntó el rey—. ¿Se encuentra bien?
Y el etíope contestó:
—¡Que todos sus enemigos, mi señor el rey, ahora y en el futuro, c orran
con la misma suerte de ese joven!
Entonces el rey se sintió abrumado por la emoción. Subió a la habitación
que estaba sobre la entrada y se echó a llorar. Y mientras subía, clamaba:
«¡Oh, mi hijo Absalón! ¡Hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Si tan solo yo hubiera muerto en tu lugar! ¡Oh Absalón, mi hijo, mi hijo!».
Pronto le llegó a Joab la noticia de que el rey estaba llorando y haciendo
duelo por Absalón. A medida que el pueblo se enteraba del profundo dolor
del rey por su hijo, la alegría por la victoria se tornaba en profunda tristeza.
Ese día todos regresaron sigilosamente a la ciudad, como si estuvieran
avergonzados y hubieran desertado de la batalla. El rey se cubrió el rostro
con las manos y seguía llorando: «¡Oh, Absalón, hijo mío! ¡Oh, Absalón,
hijo mío, hijo mío!».
Entonces Joab fue a la habitación del rey y le dijo: «Hoy salvamos su
vida y la de sus hijos e hijas, sus esposas y concubinas. Sin embargo, al
actuar de esa forma hace que nos sintamos avergonzados de nosotros mismos. Parece que usted ama a los que lo odian y odia a los que lo aman. Hoy
nos ha dejado muy en claro que sus comandantes y sus tropas no significan
nada para usted. Pareciera que si Absalón hubiera vivido y todos nosotros
estuviéramos muertos, estaría contento. Ahora salga y felicite a sus tropas,
porque si no lo hace, le juro por el S eñor que ni uno solo de ellos permanecerá aquí esta noche. Entonces quedará peor que antes».
Así que el rey salió y tomó su lugar a las puertas de la ciudad y, a medida
que se corría la voz por la ciudad de que él estaba allí, todos iban a él.
Mientras tanto, los israelitas que habían apoyado a Absalón huyeron a sus
casas. Y por todas las tribus de I srael había mucha discusión y disputa. La
gente decía: «El rey nos rescató de nuestros enemigos y nos salvó de los
filisteos, pero Absalón lo echó del país. Ahora Absalón, a quien ungimos
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