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INMERSIÓN
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REINOS
2S
| 2:5-22
enterrado a Saúl, les envió el siguiente mensaje: «Que el Señor los bendiga por haber sido tan leales a su señor Saúl y por haberle dado un entierro
digno. ¡Que el S eñor, a cambio, sea leal a ustedes y los recompense con
su amor inagotable! Yo también los recompensaré por lo que han hecho.
Ahora que Saúl ha muerto, les pido que sean mis súbditos valientes y leales, igual que el pueblo de Judá, que me ha ungido como su nuevo rey».
Sin embargo, Abner, hijo de Ner, comandante del ejército de Saúl, ya
había ido a Mahanaim con I s-boset, hijo de Saúl. Allí proclamó a I s-boset
rey de Galaad, de Jezreel, de Efraín, de Benjamín, de la t ierra de los gesuritas y del resto de Israel.
I s-boset, hijo de Saúl, tenía cuarenta años cuando llegó a ser rey, y gobernó
desde Mahanaim dos años. Mientras tanto, el pueblo de Judá permaneció
leal a David. D
avid hizo de Hebrón su ciudad capital y gobernó como rey
de Judá siete años y medio.
Cierto día, Abner dirigió a las tropas de Is-boset desde Mahanaim a Gabaón. Por el mismo tiempo, Joab, hijo de Sarvia, salió al frente de las tropas
de David. Los dos ejércitos se encontraron en el estanque de Gabaón y se
sentaron frente a frente en lados opuestos del estanque.
Entonces Abner le sugirió a Joab:
—Propongo que algunos de nuestros guerreros se enfrenten aquí
cuerpo a cuerpo delante de nosotros.
—Muy bien —asintió Joab.
Así que se eligieron doce hombres de cada grupo para pelear, doce hombres de Benjamín que representaban a I s-boset, hijo de Saúl, y doce que
representaban a David. Cada uno a garró a su oponente del cabello y clavó
su espada en el costado del otro, de modo que todos murieron. A partir de
entonces, ese lugar en Gabaón se conoce como el Campo de las Espadas.
Ese día se desencadenó una feroz batalla, y las fuerzas de D
avid derrotaron a Abner y a los hombres de Israel.
Joab, Abisai y Asael —los tres hijos de Sarvia— estaban entre las fuerzas de David ese día. Asael podía correr como una gacela y comenzó a
correr tras Abner; lo persiguió sin tregua y no se detuvo para nada. Cuando
Abner se dio vuelta y lo vio venir, le gritó:
—¿Eres tú, Asael?
—Sí, soy yo —le contestó.
—¡Ve a pelear con otro! —le advirtió Abner—. Enfréntate a uno de los
jóvenes y despójalo de sus armas.
Pero Asael siguió persiguiéndolo.
Abner le volvió a gritar:
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