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INMERSIÓN
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REINOS
1S
| 25:33–26:6
—¡Alabado sea el Señor, Dios de Israel, quien hoy te ha enviado a mi
encuentro! ¡Gracias a D
ios por tu buen juicio! Bendita seas, pues me has
impedido matar y llevar a cabo mi venganza con mis propias manos. Juro
por el S eñor, Dios de I srael, quien me ha librado de hacerte daño, que si
no te hubieras apresurado a venir a mi encuentro, mañana por la mañana
ninguno de los hombres de Nabal habría quedado con vida.
Entonces David aceptó su regalo y le dijo:
—Vuelve a tu casa en paz. Escuché lo que dijiste y no mataremos a tu
esposo.
Cuando Abigail llegó a su casa, encontró a Nabal dando una gran fiesta
digna de un rey. Estaba muy borracho, así que no le dijo nada sobre su
encuentro con D
avid hasta el amanecer del día siguiente. Por la mañana,
cuando Nabal estaba sobrio, su esposa le contó lo que había sucedido.
Como consecuencia tuvo un derrame cerebral y quedó paralizado en su
cama como una piedra. Unos diez días más tarde, el S eñor lo hirió y murió.
Cuando David oyó que Nabal había muerto, dijo: «Alabado sea el
Señor, que vengó el insulto que recibí de Nabal y me impidió que tomara
venganza por mí mismo. Nabal recibió el castigo por su pecado». Después
David envió mensajeros a Abigail pidiéndole que fuera su esposa.
Cuando los mensajeros llegaron a Carmelo, le dijeron a Abigail:
—David nos ha enviado para que la llevemos a fin de que se case con él.
Entonces ella se inclinó al suelo y respondió:
—Yo, su sierva, estaría encantada de casarme con David. ¡Aun estaría
dispuesta a ser una esclava y lavar los pies de sus siervos!
Así que enseguida se preparó, llevó a cinco de sus siervas como asistentes, se montó en su b urro, y fue con los mensajeros de D
avid. Y se convirtió
en su esposa. David también se casó con Ahinoam de Jezreel, así que las
dos fueron sus esposas. Mientras tanto, Saúl había dado a su hija Mical,
esposa de David, a un hombre de Galim llamado Palti, hijo de Lais.
Ahora bien, algunos hombres de Zif fueron a Guibeá para decirle a Saúl:
«David está escondido en la colina de Haquila, que tiene vista a Jesimón».
Entonces Saúl escogió a tres mil de los soldados selectos de Israel y salió
con ellos a perseguir a D
avid en el desierto de Zif. Saúl acampó junto al
camino que está al lado de la colina de Haquila, cerca de Jesimón, donde
David se escondía. Cuando David se enteró de que Saúl había venido al
desierto a perseguirlo, envió espías para verificar la noticia de su llegada.
Cierta noche, D
avid pasó desapercibido al campamento de Saúl para
echar un vistazo. Saúl y Abner, hijo de Ner, el comandante del ejército, dormían dentro del círculo formado por sus guerreros, todos bien dormidos.
—¿Quién se ofrece a ir conmigo al campamento? —preguntó D
avid a
Ahimelec el hitita y a Abisai, hijo de Sarvia, hermano de Joab.
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