Inmersion Reinos NTV - Flipbook - Página 147
Samue
1S
–REYES
| 23:29–24:16
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y regresó para luchar contra los filisteos. Desde entonces, el lugar donde
David acampó se llama Roca de Escape. Después D
avid fue a vivir a las
fortalezas de En-gadi.
Después de que Saúl regresó de pelear contra los filisteos, se le informó
que David se había ido al desierto de E
n-gadi. Entonces Saúl escogió a
tres mil soldados selectos de todo Israel y fue en busca de D
avid y de sus
hombres cerca de los peñascos de las cabras salvajes.
En el lugar donde el camino pasaba por algunos rediles, Saúl entró en
una cueva para hacer sus necesidades. ¡Pero resultó que David y sus hombres estaban escondidos más adentro de esa misma cueva!
«¡Ahora es tu oportunidad! —los hombres le susurraron a D
avid—.
Hoy el Señor te dice: “Te aseguro que pondré a tu enemigo en tu poder,
para que hagas con él lo que desees”». Entonces David se le acercó sigilosamente y cortó un pedazo del borde del manto de Saúl.
Pero comenzó a remorderle la conciencia por haber cortado el manto de
Saúl, y les dijo a sus hombres: «Que el S eñor me libre de hacerle tal cosa
a mi señor el rey. No debo atacar al ungido del S eñor, porque el Señor
mismo lo ha elegido». Entonces D
avid contuvo a sus hombres y no les
permitió que mataran a Saúl.
Después de que Saúl saliera de la cueva para seguir su camino, D
avid
salió y le gritó:
—¡Mi señor el rey!
Cuando Saúl miró hacia atrás, D
avid se inclinó hasta el suelo delante de
él. Entonces le gritó a Saúl:
—¿Por qué le hace caso a la gente que dice que quiero hacerle daño?
Este mismo día puede ver con sus propios ojos que no es verdad. Pues el
Señor lo puso a mi merced allí en la cueva, y algunos de mis hombres me
dijeron que lo matara, pero yo le perdoné la vida. Pues dije: “Nunca le haré
daño al rey; él es el ungido del Señor”. Mire, padre mío, lo que tengo en mi
mano. ¡Es un pedazo del borde de su manto! Yo lo corté, pero no lo maté.
Esto prueba que no intento hacerle daño y que no he pecado contra usted,
aun cuando usted me ha estado persiguiendo para matarme.
»Que el Señor juzgue entre nosotros. Tal vez el Señor lo castigue por
lo que intenta hacer, pero yo nunca le haré daño. Como dice el antiguo
proverbio: “De la gente malvada, provienen las malas acciones”. Así que
puede estar seguro de que nunca le haré daño. De todas formas, ¿a quién
trata de atrapar el rey de I srael? ¿Debería pasar tiempo persiguiendo a alguien que no vale más que un p erro muerto o una sola pulga? Por lo tanto,
que el S eñor juzgue quién de nosotros tiene la razón y que castigue al
culpable. ¡Él es mi defensor y me rescatará de su poder!
Cuando D
avid terminó de hablar, Saúl le respondió:
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