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INMERSIÓN
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REINOS
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un siervo contigo y ve a buscar los burros». Así que Saúl tomó a un siervo
y anduvo por la zona montañosa de Efraín, por la t ierra de Salisa, por el
área de Saalim y por toda la tierra de Benjamín, pero no pudieron encontrar los b urros por ninguna parte.
Finalmente, entraron a la región de Zuf y Saúl le dijo a su siervo:
—Volvamos a casa. ¡Es probable que ahora mi padre esté más preocupado por nosotros que por los burros!
Pero el siervo dijo:
—¡Se me o curre algo! En esta ciudad vive un hombre de D
ios. La gente
lo tiene en gran estima porque todo lo que dice se cumple. Vayamos a
buscarlo; tal vez pueda decirnos por dónde ir.
—Pero no tenemos nada que ofrecerle —respondió Saúl—. Hasta
nuestra comida se acabó y no tenemos nada para darle.
—Bueno —dijo el siervo—, tengo una pequeña pieza de plata. ¡Al
menos, se la podemos ofrecer al hombre de Dios y ver qué pasa!
(En esos días, si la gente quería recibir un mensaje de Dios, decía:
«Vamos a preguntarle al vidente», porque los profetas solían ser llamados «videntes»).
—Está bien —aceptó Saúl—, ¡hagamos el intento!
Así que se encaminaron hacia la ciudad donde vivía el hombre de D
ios.
Al ir subiendo la colina hacia la ciudad, se encontraron con unas jóvenes
que salían a sacar agua. Entonces Saúl y su siervo les preguntaron:
—¿Se encuentra por aquí el vidente?
—Sí —les contestaron—, sigan por este camino; él está junto a las puertas de la ciudad. Acaba de llegar para participar de un sacrificio público
que se realizará arriba, en el lugar de adoración. Apúrense para que lo puedan encontrar antes de que suba a comer. Los invitados no comenzarán a
comer hasta que él llegue para bendecir los alimentos.
De modo que llegaron a la ciudad y, mientras entraban por las puertas,
Samuel iba saliendo hacia ellos para subir al lugar de adoración.
Ahora bien, el S eñor le había dicho a Samuel el día anterior: «Mañana a
esta hora te enviaré a un hombre de la t ierra de Benjamín. Úngelo para que
sea el líder de mi pueblo, I srael. Él lo librará de los filisteos, porque desde
lo alto he mirado a mi pueblo con misericordia y he oído su clamor».
Cuando Samuel vio a Saúl, el Señor le dijo: «¡Ese es el hombre del que
te hablé! Él gobernará a mi pueblo».
Justo en ese momento, Saúl se acercó a Samuel a las puertas de la ciudad
y le preguntó:
—¿Podría decirme, por favor, dónde está la casa del vidente?
—¡Yo soy el vidente! —contestó Samuel—. Sube al lugar de adoración
delante de mí. Allí comeremos juntos; en la mañana te diré lo que quieres
saber y te enviaré de regreso. Y no te preocupes por esos b urros que se
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