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INMERSIÓN
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REINOS
Dios levanta una serie de líderes llamados «jueces» para rescatar a los
israelitas cada vez que su desobediencia provoca que caigan bajo el
dominio extranjero. Los israelitas se ven a sí mismos como una nación
compuesta de doce tribus, y la tradición de liderazgo tribal es fuerte.
No obstante, este período muestra que mientras carecían de rey «cada
uno hacía lo que le parecía correcto según su propio criterio», provocando consecuencias desastrosas para toda la nación.
Anteriormente, en el libro de Deuteronomio, Moisés predijo que el
pueblo iba a querer un rey, y mandó que este debía hacerse una copia
del libro de la ley para leerla «todos los días de su vida» y así conducir
al pueblo en fidelidad al pacto. El final del período de los jueces parece
ser el tiempo adecuado para establecer un rey como una autoridad
central sobre Israel y ponerle fin a la desenfrenada anarquía.
Así que, cuando Samuel —el último de los jueces— va envejeciendo, los israelitas le piden que designe un rey para ellos. Dios lo ve como
un rechazo hacia él como Rey, pero cede y le indica a Samuel que unja
a un hombre llamado Saúl. Con el tiempo, Saúl demuestra ser terco,
pertinaz y desobediente, de manera que el Señor le indica a Samuel
que unja a David como rey en lugar de Saúl.
Después de muchas situaciones de intriga y peligro, David finalmente llega al trono. Él también comete graves errores, pero Dios sabe
que David es un hombre «conforme a su propio corazón» porque ama
y respeta profundamente a Dios y a su pacto.
La fidelidad de David al Señor sirve como el patrón con el que se
mide a todos sus sucesores en el largo libro de Samuel–Reyes, el cual
comienza con las historias de Samuel, Saúl y David, y luego traza todo el
curso siguiente del reino israelita. Sin embargo, ya que los reyes se alejan del Señor y adoran a otros dioses, aparecen la violencia y la opresión
y el reino se divide en dos. Más tarde, ambos reinos son conquistados
por imperios extranjeros, y los israelitas se ven forzados al exilio.
En este punto, el plan de Dios parece estar amenazado seriamente.
Su pueblo elegido ha fallado al no cumplir su parte en la relación de
pacto y, por lo tanto, pierde su templo, su rey y su tierra. Tal como Adán
y Eva fueron echados del jardín de Dios al principio de la historia, ahora
Israel es exilado del nuevo Edén de Dios, la Tierra Prometida. Aquí la
tensión en la historia llega a su punto máximo. Los descendientes de
Abraham debían ser el medio por el cual Dios bendeciría y restauraría
a todo el mundo. Pero ahora todo parece estar perdido.
Solo queda una hebra del hilo: el nuevo pacto de Dios con el rey
David promete que Dios no abandonará a la familia ni al reino de David.
Cualquier obra futura que Dios logrará por medio de Israel por el bien
del mundo será a través de esta línea real.
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