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INMERSIÓN
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P R O F E TA S
18:4-24
en Israel. Pues todos los seres humanos son míos para juzgar, los padres y
los hijos por igual. Esta es mi regla: la persona que peque es la que morirá.
»Supongamos que cierto hombre es recto y hace lo que es justo y
correcto. No participa en los banquetes que se ofrecen en los montes ante
los ídolos de Israel ni les rinde culto. No comete adulterio ni tiene relaciones sexuales con una mujer durante su período menstrual. Es un acreedor
compasivo, no se queda con objetos entregados en garantía por deudores
pobres. No les roba a los pobres, más bien, les da de comer a los hambrientos y les da ropa a los necesitados. Presta dinero sin cobrar interés,
se mantiene lejos de la injusticia, es honesto e imparcial al juzgar a otros y
obedece fielmente mis decretos y ordenanzas. Todo el que hace estas cosas
es justo y ciertamente vivirá, dice el Señor Soberano.
»Pero supongamos que ese hombre tiene un hijo adulto que es ladrón
o asesino y se niega a hacer lo correcto. Ese hijo también comete todas las
maldades que su padre jamás haría: rinde culto a ídolos en los montes,
comete adulterio, oprime a los pobres e indefensos, roba a los deudores al
negarles que recuperen sus garantías, rinde culto a ídolos, comete pecados
detestables y presta dinero con intereses excesivos. ¿Acaso debería vivir
ese pecador? ¡No! Tiene que morir y asumir toda la culpa.
»Pero supongamos que ese hijo pecador, a su vez, tiene un hijo que ve la
maldad de su padre y decide no llevar esa clase de vida. Este hijo se niega a
rendir culto a ídolos en los montes y no comete adulterio. No explota a los
pobres, más bien, es justo con los deudores y no les roba. Da de comer a los
hambrientos y da ropa a los necesitados. Ayuda a los pobres, presta dinero
sin cobrar interés y obedece todos mis decretos y ordenanzas. Esa persona
no morirá por los pecados de su padre; ciertamente vivirá. Sin embargo,
el padre morirá por todos sus pecados: por haber sido cruel, por robar a la
gente y hacer lo que es indudablemente incorrecto en medio de su pueblo.
»“¿Cómo? —se preguntan ustedes—. ¿No pagará el hijo por los pecados del padre?”. ¡No! Porque si el hijo hace lo que es justo y correcto y obedece mis decretos, ese hijo ciertamente vivirá. La persona que peque es la
que morirá. El hijo no será castigado por los pecados del padre ni el padre
será castigado por los pecados del hijo. Los justos serán recompensados
por su propia conducta recta y las personas perversas serán castigadas por
su propia perversidad. Ahora bien, si los perversos abandonan sus pecados
y comienzan a obedecer mis decretos y a hacer lo que es justo y correcto,
ciertamente vivirán y no morirán. Todos los pecados pasados serán olvidados y vivirán por las acciones justas que han hecho.
»¿Acaso piensan que me agrada ver morir a los perversos?, pregunta el
Señor Soberano. ¡Claro que no! Mi deseo es que se aparten de su conducta perversa y vivan. Sin embargo, si los justos se apartan de su conducta
recta y comienzan a pecar y a comportarse como los demás pecadores, ¿se