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INMERSIÓN
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P R O F E TA S
así ilustró cómo el rey Sedequías pronto intentaría huir de Jerusalén.
Dios también le dio a Ezequiel un notable poder para la expresión
literaria. Sus profecías contienen parábolas —relatos con un significado simbólico— e imágenes poéticas memorables como una viña, un
águila, un león y dos hermanas.
A pesar de todo eso, los judíos en el destierro no escucharon a Ezequiel de la misma manera que los que estaban en Jerusalén no escucharon a Jeremías. Pero llegó el momento en que se cumplieron las
profecías contra Judá. Una de las visiones más desoladoras de Ezequiel
fue cuando la gloria y la presencia del Señor abandonó el templo. Eso
era una confirmación de lo que estaba diciendo Jeremías: ya nadie
podía prometer seguridad en Jerusalén simplemente porque allí estaba
el templo del Señor. Dios se había marchado, y ya no había protección
alguna contra la invasión. Este juicio fue desorientador para el pueblo
de Dios. Pero fue un primer paso necesario hacia la meta mayor: la
reorientación del pueblo hacia un nuevo futuro con Dios.
En sí, el libro de Ezequiel sigue el mismo patrón triple del libro anterior y mucho más corto de Sofonías: oráculos de juicio contra Israel
(pp. 323-360), oráculos de juicio contra otras naciones (pp. 360-376) y
promesas sobre la restauración de Israel (pp. 376-403).
Así como Jeremías, Ezequiel también recibió visiones de la restauración del pueblo de Dios. Sus visiones sobre la futura renovación de
Israel son algunas de las más memorables entre las profecías. Ya que
los pastores (líderes) de Israel han destruido a su propio pueblo, Dios
mismo vendrá como su buen Pastor para guiar, proteger y alimentarlos.
El Señor también hace la asombrosa promesa de que transformará a
su pueblo de adentro hacia fuera: «Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes. [...] Pondré mi Espíritu en
ustedes para que sigan mis decretos y se aseguren de obedecer mis
ordenanzas».
Mientras esté en el Destierro, Israel será como un valle de huesos viejos y secos. Pero el creador de la vida revivirá a su pueblo y lo regresará
a su hogar. El libro termina con una larga visión de un nuevo templo
en una Jerusalén restaurada. De ese templo fluirá un río, como los ríos
del jardín de Edén, y la vida florecerá a dondequiera que vaya. Cuando
todas las cosas —los líderes, el pueblo, los corazones y la tierra— sean
sanadas, Dios mismo vendrá una vez más a habitar entre ellos.