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INMERSIÓN
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P R O F E TA S
31:30–32:2
Cada persona morirá por sus propios pecados, los que coman las uvas
agrias serán los que tengan la boca fruncida.
»Se acerca el día —dice el Señor—, en que haré un nuevo pacto con
el pueblo de Israel y de Judá. Este pacto no será como el que hice con sus
antepasados cuando los tomé de la mano y los saqué de la tierra de Egipto.
Ellos rompieron ese pacto, a pesar de que los amé como un hombre ama
a su esposa», dice el Señor.
«Pero este es el nuevo pacto que haré con el pueblo de Israel después
de esos días —dice el Señor—. Pondré mis instrucciones en lo más profundo de ellos y las escribiré en su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán
mi pueblo. Y no habrá necesidad de enseñar a sus vecinos ni habrá necesidad de enseñar a sus parientes diciendo: “Deberías conocer al Señor”.
Pues todos ya me conocerán, desde el más pequeño hasta el más grande
—dice el Señor—. Perdonaré sus maldades y nunca más me acordaré de
sus pecados».
Es el Señor quien provee el sol para alumbrar el día
y la luna y las estrellas para alumbrar la noche,
y agita el mar y hace olas rugientes.
Su nombre es el Señor de los Ejércitos Celestiales,
y esto es lo que dice:
«¡Igual de improbable es que anule las leyes de la naturaleza
como que rechace a mi pueblo Israel!».
Esto dice el Señor:
«Así como no se pueden medir los cielos
ni explorar los fundamentos de la tierra,
así tampoco consideraré echarlos fuera
por las maldades que han hecho.
¡Yo, el Señor, he hablado!
»Se acerca el día —dice el Señor—, cuando toda Jerusalén será reconstruida para mí, desde la torre de Hananeel hasta la puerta de la Esquina.
Se extenderá una cuerda de medir sobre la colina de Gareb hasta Goa y el
área entera —incluidos el cementerio y el basurero de cenizas en el valle, y
todos los campos en el oriente hasta el valle de Cedrón y hasta la puerta de
los Caballos— será santa al Señor. Nunca más la ciudad será conquistada
ni destruida».
Jeremías recibió el siguiente mensaje del Señor en el décimo año del reinado de Sedequías, rey de Judá. También era el año dieciocho del reinado
de Nabucodonosor. Para entonces, Jerusalén estaba sitiada por el ejército
babilónico y Jeremías estaba preso en el patio de la guardia del palacio real.