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INMERSIÓN
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P R O F E TA S
14:20–15:7
esperábamos un tiempo de sanidad, pero solo
encontramos terror.
Señor, confesamos nuestra maldad
y también la de nuestros antepasados;
todos hemos pecado contra ti.
Por el honor de tu fama, Señor, no nos abandones;
no deshonres tu propio trono glorioso.
Por favor, recuérdanos,
y no rompas tu pacto con nosotros.
¿Puede alguno de los inútiles dioses ajenos enviarnos lluvia?
¿O acaso cae del cielo por sí misma?
No, tú eres el único, ¡oh Señor nuestro Dios!
Solo tú puedes hacer tales cosas.
Entonces esperaremos que nos ayudes.
Luego el Señor me dijo: «Aun si Moisés y Samuel se presentaran delante de mí para rogarme por este pueblo, no lo ayudaría. ¡Fuera con ellos!
¡Quítenlos de mi vista! Y si te dijeren: “¿Pero adónde podemos ir?”, diles:
“Esto dice el Señor:
»”‘Los que están destinados a la muerte, a la muerte;
los destinados a la guerra, a la guerra;
los destinados al hambre, al hambre;
los destinados al cautiverio, al cautiverio’”.
»Enviaré contra ellos cuatro clases de destructores —dice el Señor—.
Enviaré la espada para matar, los perros para arrastrar, los buitres para devorar y los animales salvajes para acabar con lo que haya quedado. Debido
a las cosas perversas que Manasés, hijo de Ezequías, rey de Judá, hizo en Jerusalén, haré a mi pueblo objeto de horror para todos los reinos de la tierra.
»¿Quién tendrá compasión de ti, Jerusalén?
¿Quién llorará por ti?
¿Quién se tomará la molestia de preguntar cómo estás?
Tú me has abandonado
y me has dado la espalda
—dice el Señor—.
Por eso, levantaré mi puño para destruirte.
Estoy cansado de darte siempre otra oportunidad.
Te aventaré como el grano a las puertas de las ciudades
y te quitaré tus hijos que tanto quieres.
Destruiré a mi propio pueblo,
porque rehusó cambiar sus malos caminos.