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INMERSIÓN
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P R O F E TA S
26:14–27:3
pero tú eres el único a quien adoramos.
Aquellos a quienes servimos antes, están muertos y bajo tierra;
¡sus espíritus difuntos nunca volverán!
Tú los atacaste y los destruiste,
y hace tiempo que pasaron al olvido.
Oh Señor, tú hiciste grande nuestra nación;
así es, tú nos hiciste grandes.
Tú extendiste nuestras fronteras,
¡y te damos toda la gloria!
Señor, en nuestra angustia te hemos buscado;
bajo la carga de tu disciplina hemos orado.
Como la mujer embarazada
se retuerce y grita de dolor mientras da a luz,
así estábamos en tu presencia, Señor.
También nosotros nos retorcemos de agonía,
pero nuestros sufrimientos no resultan en nada.
No le hemos dado salvación a la tierra,
ni le trajimos vida al mundo.
Pero los que mueren en el Señor vivirán;
¡sus cuerpos se levantarán otra vez!
Los que duermen en la tierra
se levantarán y cantarán de alegría.
Pues tu luz que da vida descenderá como el rocío
sobre tu pueblo, en el lugar de los muertos.
Ve a tu casa, pueblo mío,
¡y pon cerrojo a tus puertas!
Escóndete por un breve tiempo,
hasta que haya pasado el enojo del Señor.
¡Miren! El Señor viene del cielo
para castigar a la gente de la tierra por sus pecados.
La tierra no seguirá escondiendo a los asesinados;
los sacará a la vista de todos.
En aquel día, el Señor tomará su espada veloz y terrible para castigar al
Leviatán: la serpiente que se mueve con gran rapidez, la serpiente que se
retuerce y se enrolla. Él matará al dragón del mar.
«En aquel día,
canten acerca del viñedo fértil.
Yo, el Señor, lo vigilaré,
y lo regaré con cuidado.