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INMERSIÓN
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P O E TA S
22:9-24
Sin embargo, me sacaste a salvo del vientre de mi madre
y, desde que ella me amamantaba, me hiciste confiar en ti.
Me arrojaron en tus brazos al nacer;
desde mi nacimiento, tú has sido mi Dios.
No te quedes tan lejos de mí,
porque se acercan dificultades,
y nadie más puede ayudarme.
Mis enemigos me rodean como una manada de toros;
¡toros feroces de Basán me tienen cercado!
Como leones abren sus fauces contra mí;
rugen y despedazan a su presa.
Mi vida se derrama como el agua,
y todos mis huesos se han dislocado.
Mi corazón es como cera
que se derrite dentro de mí.
Mi fuerza se ha secado como barro cocido;
la lengua se me pega al paladar.
Me acostaste en el polvo y me diste por muerto.
Mis enemigos me rodean como una jauría de perros;
una pandilla de malvados me acorrala.
Han atravesado mis manos y mis pies.
Puedo contar cada uno de mis huesos;
mis enemigos me miran fijamente y se regodean.
Se reparten mi vestimenta entre ellos
y tiran los dados por mi ropa.
¡Oh Señor, no te quedes lejos!
Tú eres mi fuerza; ¡ven pronto en mi auxilio!
Sálvame de la espada;
libra mi preciosa vida de estos perros.
Arrebátame de las fauces del león
y de los cuernos de estos bueyes salvajes.
Anunciaré tu nombre a mis hermanos;
entre tu pueblo reunido te alabaré.
¡Alaben al Señor, todos los que le temen!
¡Hónrenlo, descendientes de Jacob!
¡Muéstrenle reverencia, descendientes de Israel!
Pues no ha pasado por alto ni ha tenido en menos el sufrimiento de los
necesitados;
no les dio la espalda,
sino que ha escuchado sus gritos de auxilio.