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INMERSIÓN
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P O E TA S
29:6-24
Mis pasos se bañaban en crema
y las rocas me derramaban aceite de oliva.
»¡Qué tiempos aquellos cuando iba a las puertas de la ciudad
y ocupaba mi lugar entre los líderes reconocidos!
Los jóvenes me daban paso cuando me veían,
e incluso los ancianos se ponían de pie en señal de respeto cuando
yo llegaba.
Los príncipes guardaban silencio
y se cubrían la boca con las manos.
Las más altas autoridades de la ciudad se quedaban calladas,
y refrenaban la lengua en señal de respeto.
»Los que me oían, me elogiaban;
los que me veían hablaban bien de mí.
Pues yo ayudaba a los pobres en su necesidad
y a los huérfanos que requerían ayuda.
Ayudaba a los que estaban sin esperanza y ellos me bendecían;
hacía que cantara de alegría el corazón de las viudas.
Siempre me comportaba con honradez;
la rectitud me cubría como un manto
y usaba la justicia como un turbante.
Yo era los ojos de los ciegos
y los pies de los cojos.
Era un padre para los pobres
y ayudaba a los extranjeros en necesidad.
Rompía la cara de los opresores incrédulos
y arrancaba a sus víctimas de entre sus dientes.
»Yo pensaba: “Ciertamente moriré rodeado de mi familia
después de una larga y buena vida.
Pues soy como un árbol con raíces que llegan al agua,
con ramas que se refrescan con el rocío.
Todo el tiempo me rinden nuevos honores
y mi fuerza se renueva continuamente”.
»Todos escuchaban mis consejos;
estaban en silencio esperando que yo hablara.
Y después que hablaba, no tenían nada que agregar
porque mi consejo les satisfacía.
Anhelaban mis palabras como la gente anhela la lluvia;
las bebían como a la lluvia refrescante de primavera.
Cuando estaban desanimados, yo les sonreía;
mi mirada de aprobación era preciosa para ellos.