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INMERSIÓN
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P O E TA S
19:23–20:10
»Oh, que mis palabras fueran grabadas;
oh, que quedaran escritas en un monumento,
talladas con cincel de hierro y rellenas de plomo,
y labradas en la roca para siempre.
»Pero en cuanto a mí, sé que mi Redentor vive,
y un día por fin estará sobre la tierra.
Y después que mi cuerpo se haya descompuesto,
¡todavía en mi cuerpo veré a Dios!
Yo mismo lo veré;
así es, lo veré con mis propios ojos.
¡Este pensamiento me llena de asombro!
»¿Cómo se atreven a seguir persiguiéndome,
diciendo: “Es su propia culpa”?
Ustedes mismos deben tener temor al castigo,
pues su actitud lo merece.
Entonces sabrán que de verdad hay un juicio».
Entonces Zofar el naamatita respondió:
«Debo responder
porque estoy muy molesto.
He tenido que soportar tus insultos,
pero ahora mi espíritu me mueve a responder.
»¿No te das cuenta que desde el principio del tiempo,
desde que el hombre fue puesto sobre la tierra por primera vez,
el triunfo de los malos ha durado poco
y la alegría de los que viven sin Dios ha sido pasajera?
Aunque el orgullo de los incrédulos llegue hasta los cielos
y toquen las nubes con la cabeza,
aun así, ellos desaparecerán para siempre
y serán desechados como su propio estiércol.
Sus conocidos preguntarán:
“¿Dónde están?”.
Se desvanecerán como un sueño y nadie los encontrará;
desaparecerán como una visión nocturna.
Quienes alguna vez los vieron, no los verán más;
sus familias nunca volverán a verlos.
Sus hijos mendigarán de los pobres
porque tendrán que devolver las riquezas que robaron.