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INMERSIÓN
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P O E TA S
16:8–17:2
Me has reducido a piel y huesos, como si tuvieras que demostrar
que he pecado;
mi carne consumida testifica en mi contra.
Dios me odia y me despedaza en su enojo.
Rechina los dientes contra mí
y me atraviesa con su mirada.
La gente me abuchea y se ríe de mí.
Con desprecio me dan bofetadas en la mejilla,
y una turba se junta en mi contra.
Dios me ha entregado a los pecadores
y me ha arrojado en manos de los malvados.
»Yo vivía tranquilo hasta que él me quebró;
me tomó por el cuello y me hizo pedazos.
Después me usó como blanco
y ahora sus arqueros me rodean.
Sus flechas me atraviesan sin misericordia
y el suelo está empapado con mi sangre.
Una y otra vez él se estrella contra mí;
arremete como un guerrero.
Me visto de tela áspera en señal de mi dolor.
Mi orgullo yace en el polvo.
Mis ojos están enrojecidos de tanto llorar;
los rodean sombras oscuras.
Sin embargo, no he hecho nada malo
y mi oración es pura.
»Oh tierra, no escondas mi sangre;
deja que clame por mí.
Ahora mismo, mi testigo está en el cielo;
mi abogado está en las alturas.
Mis amigos me desprecian,
y derramo mis lágrimas ante Dios.
Necesito un mediador entre Dios y yo,
como una persona que intercede entre amigos.
Pues pronto me tocará recorrer ese camino
del que nunca volveré.
»Mi espíritu está destrozado,
y mi vida está casi extinguida.
La tumba está lista para recibirme.
Estoy rodeado de burlones;
observo que se mofan de mí de manera implacable.