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INMERSIÓN
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P O E TA S
18:2-17
El Señor es mi roca, mi fortaleza y mi salvador;
mi Dios es mi roca, en quien encuentro protección.
Él es mi escudo, el poder que me salva
y mi lugar seguro.
Clamé al Señor, quien es digno de alabanza,
y me salvó de mis enemigos.
Me enredaron las cuerdas de la muerte;
me arrasó una inundación devastadora.
La tumba me envolvió con sus cuerdas;
la muerte me tendió una trampa en el camino.
Pero en mi angustia, clamé al Señor;
sí, oré a mi Dios para pedirle ayuda.
Él me oyó desde su santuario;
mi clamor llegó a sus oídos.
Entonces la tierra se estremeció y tembló.
Se sacudieron los cimientos de las montañas;
temblaron a causa de su enojo.
De su nariz salía humo a raudales;
de su boca saltaban violentas llamas de fuego.
Carbones encendidos se disparaban de él.
Abrió los cielos y descendió;
había oscuras nubes de tormenta debajo de sus pies.
Voló montado sobre un poderoso ser angelical,
remontándose sobre las alas del viento.
Se envolvió con un manto de oscuridad
y ocultó su llegada con oscuras nubes de lluvia.
Nubes densas taparon el brillo a su alrededor,
e hicieron llover granizo y carbones encendidos.
El Señor retumbó desde el cielo;
la voz del Altísimo resonó
en medio del granizo y de los carbones encendidos.
Disparó sus flechas y dispersó a sus enemigos;
destellaron grandes relámpagos, y ellos quedaron confundidos.
Luego, a tu orden, oh Señor,
a la ráfaga de tu aliento,
pudo verse el fondo del mar,
y los cimientos de la tierra quedaron al descubierto.
Él extendió la mano desde el cielo y me rescató;
me sacó de aguas profundas.
Me rescató de mis enemigos poderosos,
de los que me odiaban y eran demasiado fuertes para mí.