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INMERSIÓN
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P O E TA S
Volvió su mano contra mí
una y otra vez, todo el día.
Hizo que mi piel y mi carne envejecieran;
quebró mis huesos.
Me sitió y me rodeó
de angustia y aflicción.
Me enterró en un lugar oscuro,
como a los que habían muerto hace tiempo.
Me cercó con un muro, y no puedo escapar;
me ató con pesadas cadenas.
Y a pesar de que lloro y grito,
cerró sus oídos a mis oraciones.
Impidió mi paso con un muro de piedra;
hizo mis caminos tortuosos.
Se escondió como un oso o un león,
esperando atacarme.
Me arrastró fuera del camino, me descuartizó
y me dejó indefenso y destruido.
Tensó su arco
y me hizo el blanco de sus flechas.
Disparó sus flechas
a lo profundo de mi corazón.
Mi propio pueblo se ríe de mí;
todo el día repiten sus canciones burlonas.
Él me llenó de amargura
y me dio a beber una copa amarga de dolor.
Me hizo masticar piedras;
me revolcó en el polvo.
Me arrebató la paz
y ya no recuerdo qué es la prosperidad.
Yo exclamo: «¡Mi esplendor ha desaparecido!
¡Se perdió todo lo que yo esperaba del Señor!».
Recordar mi sufrimiento y no tener hogar
es tan amargo que no encuentro palabras.
Siempre tengo presente este terrible tiempo
mientras me lamento por mi pérdida.
No obstante, aún me atrevo a tener esperanza
cuando recuerdo lo siguiente:
3:3-21