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INMERSIÓN
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P O E TA S
2:11-17
Lloré hasta que no tuve más lágrimas;
mi corazón está destrozado.
Mi espíritu se derrama de angustia
al ver la situación desesperada de mi pueblo.
Los niños y los bebés
desfallecen y mueren en las calles.
Claman a sus madres:
«¡Necesitamos comida y bebida!».
Sus vidas se extinguen en las calles
como la de un guerrero herido en la batalla;
intentan respirar para mantenerse vivos
mientras desfallecen en los brazos de sus madres.
¿Qué puedo decir de ti?
¿Quién ha visto alguna vez semejante dolor?
Oh hija de Jerusalén,
¿con qué puedo comparar tu angustia?
Oh hija virgen de Sión,
¿cómo puedo consolarte?
Pues tu herida es tan profunda como el mar.
¿Quién puede sanarte?
Tus profetas han declarado
tantas tonterías; son falsas hasta la médula.
No te salvaron del destierro
exponiendo a la luz tus pecados.
Más bien, te pintaron cuadros engañosos
y te llenaron de falsas esperanzas.
Todos los que pasan por tu camino te abuchean.
Insultan a la bella Jerusalén y se burlan de ella diciendo:
«¿Es esta la ciudad llamada “La más bella del mundo”
y “La alegría de la tierra”?».
Todos tus enemigos se burlan de ti;
se mofan, gruñen y dicen:
«¡Por fin la hemos destruido!
¡Hace mucho que esperábamos este día,
y por fin llegó!».
Sin embargo, es el Señor quien hizo exactamente lo que se había
propuesto;
cumplió las promesas de calamidad
que hizo hace mucho tiempo.