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INMERSIÓN
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P O E TA S
106:9-27
Ordenó al mar Rojo que se secara
y condujo a Israel a través del mar como si fuera un desierto.
Así los rescató de sus enemigos
y los libertó de sus adversarios.
Después el agua volvió y cubrió a sus enemigos;
ninguno de ellos sobrevivió.
Entonces el pueblo creyó las promesas del Señor
y le cantó alabanzas.
Sin embargo, ¡qué pronto olvidaron lo que él había hecho!
¡No quisieron esperar su consejo!
En el desierto dieron rienda suelta a sus deseos;
pusieron a prueba la paciencia de Dios en esa tierra árida y baldía.
Entonces les dio lo que pedían,
pero al mismo tiempo les envió una plaga.
La gente del campamento se puso celosa de Moisés
y tuvo envidia de Aarón, el santo sacerdote del Señor.
Por esa causa la tierra se abrió;
se tragó a Datán
y enterró a Abiram junto con los otros rebeldes.
Sobre sus seguidores cayó fuego;
una llama consumió a los perversos.
Los israelitas hicieron un becerro en el monte Sinaí;
se inclinaron ante una imagen hecha de oro.
Cambiaron a su glorioso Dios
por la estatua de un toro que come hierba.
Se olvidaron de Dios, su salvador,
quien había realizado tantas grandezas en Egipto:
obras tan maravillosas en la tierra de Cam,
hechos tan asombrosos en el mar Rojo.
Por lo tanto, él declaró que los destruiría.
Pero Moisés, su escogido, intervino entre el Señor y los israelitas;
le suplicó que apartara su ira y que no los destruyera.
El pueblo se negó a entrar en la agradable tierra,
porque no creían la promesa de que Dios los iba a cuidar.
En cambio, rezongaron en sus carpas
y se negaron a obedecer al Señor.
Por lo tanto, él juró solemnemente
que los mataría en el desierto,
que dispersaría a sus descendientes entre las naciones,
y los enviaría a tierras distantes.