Inmersion Origenes - Flipbook - Página 89
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G é nesis
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dio a Benjamín cinco veces más que a los demás. Entonces festejaron y
bebieron libremente con José.
Cuando los hermanos estuvieron listos para marcharse, José dio las siguientes instrucciones al administrador del palacio: «Llena sus costales
con todo el grano que puedan llevar y pon el dinero de cada uno nuevamente en su costal. Luego pon mi copa personal de plata en la abertura del
costal del menor de los hermanos, junto con el dinero de su grano». Y el
administrador hizo tal como José le indicó.
Los hermanos se levantaron al amanecer y emprendieron el viaje con
sus burros cargados. Cuando habían recorrido solo una corta distancia y
apenas habían llegado a las afueras de la ciudad, José le dijo al administrador del palacio: «Sal tras ellos y detenlos; y cuando los alcances, pregúntales: “¿Por qué han pagado mi bondad con semejante malicia? ¿Por qué
han robado la copa de plata de mi amo, la que usa para predecir el futuro?
¡Qué maldad tan grande han cometido!”».
Cuando el administrador del palacio alcanzó a los hombres, les habló tal
como José le había indicado.
—¿De qué habla usted? —respondieron los hermanos—. Nosotros
somos sus siervos y nunca haríamos semejante cosa. ¿Acaso no devolvimos el dinero que encontramos en nuestros costales? Lo trajimos de
vuelta desde la tierra de Canaán. ¿Por qué robaríamos oro o plata de la casa
de su amo? Si usted encuentra la copa en poder de uno de nosotros, que
muera el hombre que la tenga. Y el resto de nosotros, mi señor, seremos
sus esclavos.
—Eso es justo —respondió el hombre—, pero solo el hombre que haya
robado la copa será mi esclavo. Los demás quedarán libres.
Ellos bajaron rápidamente sus costales de los lomos de sus burros y los
abrieron. El administrador del palacio revisó los costales de cada uno de
los hermanos, desde el mayor hasta el menor, ¡y encontró la copa en el
costal de Benjamín! Al ver eso, los hermanos se rasgaron la ropa en señal
de desesperación. Luego volvieron a cargar sus burros y regresaron a la
ciudad.
José todavía estaba en su palacio cuando Judá y sus hermanos llegaron.
Entonces se postraron en el suelo delante de él.
—¿Qué han hecho ustedes? —reclamó José—. ¿No saben que un hombre como yo puede predecir el futuro?
—Oh, mi señor —contestó Judá—, ¿qué podemos responderle? ¿Cómo
podemos explicar esto? ¿Cómo podemos probar nuestra inocencia? D
ios
nos está castigando por nuestros pecados. Mi señor, todos hemos regresado para ser sus esclavos, todos nosotros, y no solo nuestro hermano que
tenía la copa en su costal.
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