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INMERSIÓN
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ORÍGENES
43:18-34
Los hermanos estaban aterrados al ver que los llevaban a la casa de José,
y decían: «Es por el dinero que alguien puso en nuestros costales la última
vez que estuvimos aquí. Él piensa hacer como que nosotros lo robamos.
Luego nos apresará, nos hará esclavos y se llevará nuestros b urros».
Los hermanos se acercaron al administrador de la casa de José y hablaron con él en la entrada del palacio.
—Señor —le dijeron—, ya vinimos a Egipto una vez a comprar alimento; pero cuando íbamos de regreso a nuestra casa, nos detuvimos a
pasar la noche y abrimos nuestros costales. Entonces descubrimos que el
dinero de cada uno de nosotros —la cantidad exacta que habíamos pagado— ¡estaba en la parte superior de cada costal! Aquí está, lo hemos
traído con nosotros. También trajimos más dinero para comprar más alimento. No tenemos idea de quién puso el dinero en nuestros costales.
—Tranquilos, no tengan miedo —les dijo el administrador—. El Dios
de ustedes, el D
ios de su padre, debe de haber puesto ese tesoro en sus
costales. Me consta que recibí el pago que hicieron.
Después soltó a Simeón y lo llevó a donde estaban ellos.
Luego el administrador acompañó a los hombres hasta el palacio de
José. Les dio agua para que se lavaran los pies y alimento para sus b urros.
Ellos prepararon sus regalos para la llegada de José a mediodía, porque les
dijeron que comerían allí.
Cuando José volvió a casa, le entregaron los regalos que le habían traído
y luego se postraron hasta el suelo delante de él. Después de saludarlos,
él les preguntó:
—¿Cómo está su padre, el anciano del que me hablaron? ¿Todavía vive?
—Sí —contestaron—. Nuestro padre, siervo de usted, sigue con vida
y está bien.
Y volvieron a postrarse.
Entonces José miró a su hermano Benjamín, hijo de su misma madre.
—¿Es este su hermano menor del que me hablaron? —preguntó José—.
Que Dios te bendiga, hijo mío.
Entonces José se apresuró a salir de la habitación porque la emoción
de ver a su hermano lo había vencido. Entró en su cuarto privado, donde
perdió el control y se echó a llorar. Después de lavarse la cara, volvió a salir,
ya más controlado. Entonces ordenó: «Traigan la comida».
Los camareros sirvieron a José en su propia mesa, y sus hermanos fueron
servidos en una mesa aparte. Los egipcios que comían con José se sentaron
en su propia mesa, porque los egipcios desprecian a los hebreos y se niegan
a comer con ellos. José indicó a cada uno de sus hermanos dónde sentarse
y, para sorpresa de ellos, los sentó según sus edades, desde el mayor hasta
el menor. También llenó sus platos con comida de su propia mesa, y le
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