Inmersion Mesias - Flipbook - Página 94
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INMERSIÓN
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MESÍAS
9:18-35
ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo». Al
instante, algo como escamas cayó de los ojos de Saulo y recobró la vista.
Luego se levantó y fue bautizado. Después comió algo y recuperó las
fuerzas.
Saulo se quedó unos días con los creyentes en Damasco. Y enseguida
comenzó a predicar acerca de Jesús en las sinagogas, diciendo: «¡Él es
verdaderamente el Hijo de Dios!».
Todos los que lo oían quedaban asombrados. «¿No es este el mismo
hombre que causó tantos estragos entre los seguidores de J esús en Jeru
salén? —se preguntaban—. ¿Y no llegó aquí para arrestarlos y llevarlos
encadenados ante los sacerdotes principales?».
La predicación de Saulo se hacía cada vez más poderosa, y los judíos
de Damasco no podían refutar las pruebas de que J esús de verdad era el
Mesías. Poco tiempo después, unos judíos conspiraron para matarlo. Día y
noche vigilaban la puerta de la ciudad para poder asesinarlo, pero a Saulo
se le informó acerca del complot. De modo que, durante la noche, algunos
de los creyentes lo bajaron en un canasto grande por una abertura que
había en la muralla de la ciudad.
Cuando Saulo llegó a Jerusalén, trató de reunirse con los creyentes, pero
todos le tenían miedo. ¡No creían que de verdad se había convertido en un
creyente! Entonces Bernabé se lo llevó a los apóstoles y les contó cómo
Saulo había visto al Señor en el camino a Damasco y cómo el Señor le
había hablado a Saulo. También les dijo que, en Damasco, Saulo había
predicado con valentía en el nombre de Jesús.
Así que Saulo se quedó con los apóstoles y los acompañó por toda Jeru
salén, predicando con valor en el nombre del S eñor. Debatió con algunos
judíos que hablaban griego, pero ellos trataron de matarlo. Cuando los
creyentes se enteraron, lo llevaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso, su ciu
dad natal.
La iglesia, entonces, tuvo paz por toda Judea, Galilea y Samaria; se fortale
cía y los creyentes vivían en el temor del Señor. Y, con la ayuda del E
spíritu
Santo, también creció en número.
Mientras tanto, Pedro viajaba de un lugar a otro, y descendió a visitar a los
creyentes de la ciudad de Lida. Allí conoció a un hombre llamado Eneas,
quien estaba paralizado y postrado en cama hacía ocho años. Pedro le dijo:
«Eneas, ¡ Jesucristo te sana! ¡Levántate y enrolla tu camilla!». Al instante,
fue sanado. Entonces todos los habitantes de Lida y Sarón vieron a Eneas
caminando, y se convirtieron al Señor.
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