Inmersion Mesias - Flipbook - Página 72
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INMERSIÓN
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MESÍAS
23:26-49
Cuando ellos se llevaban a J esús, sucedió que un hombre llamado Simón,
que era de Cirene, venía del campo. Los soldados lo agarraron, pusieron
la cruz sobre él y lo obligaron a cargarla detrás de Jesús. Una gran mul
titud lo seguía, incluidas muchas mujeres que lloraban desconsoladas.
Entonces Jesús se dio la vuelta y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloren
por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Pues vienen días
cuando dirán: “¡Dichosas las mujeres que no tienen hijos, los vientres que
no dieron a luz y los pechos que no amamantaron!”. La gente suplicará a
los montes: “¡Caigan sobre nosotros!” y rogará a las colinas: “¡Entiérren
nos!”. Pues, si estas cosas suceden cuando el árbol está verde, ¿qué pasará
cuando esté seco?».
Llevaron a otros dos, ambos criminales, para ser ejecutados con Jesús.
Cuando llegaron a un lugar llamado «La Calavera», lo clavaron en la cruz
y a los criminales también, uno a su derecha y otro a su izquierda.
Jesús dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Y los
soldados sortearon su ropa, tirando los dados.
La multitud observaba, y los líderes se burlaban. «Salvó a otros —de
cían—, que se salve a sí mismo si de verdad es el Mesías de D
ios, el Ele
gido». Los soldados también se burlaban de él, al ofrecerle vino agrio para
beber. Y exclamaron: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!».
Encima de su cabeza, colocaron un letrero que decía: «Este es el Rey de
los judíos».
Uno de los criminales colgados junto a él se burló: «¿Así que eres el
Mesías? Demuéstralo salvándote a ti mismo, ¡y a nosotros también!».
Pero el otro criminal protestó: «¿Ni siquiera temes a Dios ahora que
estás condenado a muerte? Nosotros merecemos morir por nuestros crí
menes, pero este hombre no ha hecho nada malo». Luego dijo:
—Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
Jesús respondió:
—Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Ya era alrededor del mediodía, y la t ierra se llenó de oscuridad hasta las
tres de la tarde. La luz del sol desapareció. Y, de repente, la cortina del
santuario del templo se rasgó por la mitad. Después J esús gritó: «Padre,
¡encomiendo mi espíritu en tus manos!». Y con esas palabras dio su úl
timo suspiro.
Cuando el oficial romano encargado de la ejecución vio lo que había
sucedido, adoró a D
ios y dijo: «Este hombre era inocente de verdad».
Y cuando todas las multitudes que habían venido a observar la ejecución
vieron lo que había sucedido, regresaron a casa con gran dolor; pero los
amigos de Jesús, incluidas las mujeres que lo habían seguido desde Galilea,
se quedaron mirando de lejos.
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