Inmersion Mesias - Flipbook - Página 69
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L u cas – H E C H O S
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J esús le respondió:
—Pedro, déjame decirte algo. Mañana por la mañana, antes de que
cante el gallo, negarás tres veces que me conoces.
Entonces Jesús les preguntó:
—Cuando los envié a predicar la Buena Noticia y no tenían dinero ni
bolso de viaje ni otro par de sandalias, ¿les faltó algo?
—No —respondieron ellos.
—Pero ahora —les dijo—, tomen su dinero y un bolso de viaje; y si
no tienen espada, ¡vendan su manto y compren una! Pues ha llegado el
tiempo en que se cumpla la siguiente profecía acerca de mí: “Fue contado
entre los rebeldes”. Así es, todo lo que los profetas escribieron acerca de
mí se cumplirá.
—Mira S eñor —le respondieron—, contamos con dos espadas entre
nosotros.
—Es suficiente —les dijo.
Luego, acompañado por sus discípulos, Jesús salió del cuarto en el piso
de arriba y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos. Allí les dijo:
«Oren para que no cedan a la tentación».
Se alejó a una distancia como de un tiro de piedra, se arrodilló y oró:
«Padre, si quieres, te pido que quites esta copa de sufrimiento de mí. Sin
embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía». Entonces apareció
un ángel del cielo y lo fortaleció. Oró con más fervor, y estaba en tal ago
nía de espíritu que su sudor caía a tierra como grandes gotas de sangre.
Finalmente se puso de pie y regresó adonde estaban sus discípulos, pero
los encontró dormidos, exhaustos por la tristeza. «¿Por qué duermen?
—les preguntó—. Levántense y oren para que no cedan ante la tentación».
Mientras J esús hablaba, se acercó una multitud, liderada por Judas, uno
de los doce discípulos. Judas caminó hacia Jesús para saludarlo con un
beso. Entonces Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del
Hombre?».
Cuando los otros discípulos vieron lo que estaba por suceder, exclama
ron: «Señor, ¿peleamos? ¡Trajimos las espadas!». Y uno de ellos hirió al
esclavo del sumo sacerdote cortándole la oreja derecha.
Pero J esús dijo: «Basta». Y tocó la oreja del hombre y lo sanó.
Entonces J esús habló a los principales sacerdotes, a los capitanes de la
guardia del templo y a los ancianos, que habían venido a buscarlo. «¿Acaso
soy un peligroso revolucionario, para que vengan con espadas y palos para
arrestarme? —les preguntó—. ¿Por qué no me arrestaron en el templo?
Estuve allí todos los días, pero este es el momento de ustedes, el tiempo
en que reina el poder de la oscuridad».
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