Inmersion Mesias - Flipbook - Página 62
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INMERSIÓN
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MESÍAS
19:26-44
»“Sí —respondió el rey—, y a los que usan bien lo que se les da, se les
dará aún más; pero a los que no hacen nada se les quitará aun lo poco que
tienen. En cuanto a esos enemigos míos que no querían que yo fuera su
rey, tráiganlos y ejecútenlos aquí mismo en mi presencia”».
Después de contar esa historia, Jesús siguió rumbo a Jerusalén, caminando
delante de sus discípulos. Al llegar a las ciudades de Betfagé y Betania,
en el monte de los Olivos, mandó a dos discípulos que se adelantaran.
«Vayan a la aldea que está allí —les dijo—. Al entrar, verán un burrito
atado, que nadie ha montado jamás. Desátenlo y tráiganlo aquí. Si alguien
les pregunta: “¿Por qué desatan al burrito?”, simplemente digan: “El S eñor
lo necesita”».
Así que ellos fueron y encontraron el burrito tal como lo había dicho
Jesús. Y, efectivamente, mientras lo desataban, los dueños les preguntaron:
—¿Por qué desatan ese burrito?
Y los discípulos simplemente contestaron:
—El S eñor lo necesita.
Entonces le llevaron el burrito a Jesús y pusieron sus prendas encima
para que él lo montara.
A medida que J esús avanzaba, la multitud tendía sus prendas sobre
el camino delante de él. Cuando llegó a donde comienza la bajada del
monte de los Olivos, todos sus seguidores empezaron a gritar y a cantar
mientras alababan a Dios por todos los milagros maravillosos que habían
visto.
«¡Bendiciones al Rey que viene en el nombre del Señor!
¡Paz en el cielo y gloria en el cielo más alto!».
Algunos de los fariseos que estaban entre la multitud decían:
—¡Maestro, reprende a tus seguidores por decir cosas como esas!
Jesús les respondió:
—Si ellos se callaran, las piedras a lo largo del camino se pondrían a
aclamar.
Al acercarse a Jerusalén, Jesús vio la ciudad delante de él y comenzó a
llorar, diciendo: «¡Cómo quisiera que hoy tú, entre todos los pueblos,
entendieras el camino de la paz! Pero ahora es demasiado tarde, y la
paz está oculta a tus ojos. No pasará mucho tiempo antes de que tus
enemigos construyan murallas que te rodeen y te encierren por todos
lados. Te aplastarán contra el suelo, y a tus hijos contigo. Tus enemigos
no dejarán una sola piedra en su lugar, porque no reconociste cuando
Dios te visitó».
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