Inmersion Mesias - Flipbook - Página 459
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J u an
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Una vez más, la gente tomó piedras para matarlo. J esús dijo:
—Bajo la dirección de mi P
adre, he realizado muchas buenas acciones.
¿Por cuál de todas ellas me van a apedrear?
—No te apedreamos por ninguna buena acción, ¡sino por blasfemia!
—contestaron—. Tú, un hombre común y corriente, afirmas ser Dios.
Jesús respondió:
—En sus propias Escrituras está registrado que Dios les dijo a ciertos
líderes del pueblo: “Yo digo que ustedes son dioses”. Y ustedes bien saben
que las Escrituras no pueden ser modificadas. Así que, si a las personas
que recibieron el mensaje de D
ios se les llamó “dioses”, ¿por qué ustedes
me acusan de blasfemar cuando digo: “Soy el H
ijo de Dios”? Después de
todo, el Padre me separó y me envió al mundo. No me crean a menos que
lleve a cabo las obras de mi Padre; pero si hago su trabajo, entonces crean
en las obras milagrosas que he hecho aunque no me crean a mí. Entonces
sabrán y entenderán que el Padre está en mí y yo estoy en el Padre.
Una vez más trataron de arrestarlo, pero él se escapó y los dejó. Se fue al
otro lado del río Jordán, cerca del lugar donde Juan bautizaba al principio,
y se quedó un tiempo allí. Y muchos lo siguieron. «Juan no hacía señales
milagrosas —se comentaban unos a otros—, pero todo lo que dijo acerca
de este hombre resultó ser cierto». Y muchos de los que estaban allí cre
yeron en J esús.
Un hombre llamado Lázaro estaba enfermo. Vivía en Betania con sus
hermanas María y Marta. María era la misma mujer que tiempo después
derramó el perfume costoso sobre los pies del S eñor y los secó con su
cabello. Su hermano, Lázaro, estaba enfermo. Así que las dos hermanas
le enviaron un mensaje a J esús que decía: «
Señor, tu querido amigo está
muy enfermo».
Cuando J esús oyó la noticia, dijo: «La enfermedad de Lázaro no aca
bará en muerte. Al contrario, sucedió para la gloria de D
ios, a fin de que
el H
ijo de Dios reciba gloria como resultado». Aunque Jesús amaba a
Marta, a María y a Lázaro, se quedó donde estaba dos días más. Pasado
ese tiempo, les dijo a sus discípulos:
—Volvamos a Judea.
Pero sus discípulos se opusieron diciendo:
—Rabí, hace solo unos días, la gente de Judea trató de apedrearte. ¿Irás
allí de nuevo?
Jesús contestó:
—Cada día tiene doce horas de luz. Durante el día, la gente puede
andar segura y puede ver porque tiene la luz de este mundo; pero de
noche se corre el peligro de tropezar, porque no hay luz. —Después
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