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INMERSIÓN
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MESÍAS
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animales; pero las cosas verdaderas del cielo debían ser purificadas me
diante sacrificios superiores a la sangre de animales.
Pues Cristo no entró en un lugar santo hecho por manos humanas, que
era solo una copia del verdadero, que está en el cielo. Él entró en el cielo
mismo para presentarse ahora delante de D
ios a favor de nosotros; y no
entró en el cielo para ofrecerse a sí mismo una y otra vez, como lo hace
el sumo sacerdote aquí en la tierra, que entra en el L
ugar S antísimo año
tras año con la sangre de un animal. Si eso hubiera sido necesario, Cristo
tendría que haber sufrido la muerte una y otra vez, desde el principio del
mundo; pero ahora, en el fin de los tiempos, C
risto se presentó una sola
vez y para siempre para quitar el pecado mediante su propia muerte en
sacrificio.
Y así como cada persona está destinada a morir una sola vez y después
vendrá el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez y para siem
pre, a fin de quitar los pecados de muchas personas. C
risto vendrá otra vez,
no para ocuparse de nuestros pecados, sino para traer salvación a todos los
que esperan con anhelo su venida.
El sistema antiguo bajo la ley de Moisés era solo una sombra —un
tenue anticipo de las cosas buenas por venir— no las cosas buenas en sí
mismas. Bajo aquel sistema se repetían los sacrificios una y otra vez, año
tras año, pero nunca pudieron limpiar por completo a quienes venían a
adorar. Si los sacrificios hubieran podido limpiar por completo, entonces
habrían dejado de ofrecerlos, porque los adoradores se habrían purifi
cado una sola vez y para siempre, y habrían desaparecido los sentimientos
de culpa.
Pero en realidad, esos sacrificios les recordaban sus pecados año tras
año. Pues no es posible que la sangre de los toros y las cabras quite los
pecados. Por eso, cuando Cristo vino al mundo, le dijo a Dios:
«No quisiste sacrificios de animales ni ofrendas por el pecado.
Pero me has dado un cuerpo para ofrecer.
No te agradaron las ofrendas quemadas
ni otras ofrendas por el pecado.
Luego dije: “Aquí estoy, oh Dios; he venido a hacer tu voluntad
como está escrito acerca de mí en las Escrituras”».
Primero, C
risto dijo: «No quisiste sacrificios de animales, ni ofrendas por
el pecado, ni ofrendas quemadas ni otras ofrendas por el pecado; tam
poco te agradaron todas esas ofrendas» (aun cuando la ley de Moisés las
exige). Luego dijo: «Aquí estoy, he venido a hacer tu voluntad». Él anula
el primer pacto para que el segundo entre en vigencia. Pues la voluntad de
Dios fue que el sacrificio del cuerpo de J esucristo nos hiciera santos, una
vez y para siempre.
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