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INMERSIÓN
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MESÍAS
27:53–28:7
muerto resucitaron. Salieron del cementerio luego de la resurrección
de Jesús, entraron en la santa ciudad de Jerusalén y se aparecieron a
mucha gente.
El oficial romano y los otros soldados que estaban en la crucifixión que
daron aterrorizados por el terremoto y por todo lo que había sucedido.
Dijeron: «¡Este hombre era verdaderamente el Hijo de Dios!».
Muchas mujeres que habían llegado desde Galilea con J esús para cuidar de
él, miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María (la madre
de Santiago y José), y la madre de Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo.
Al acercarse la noche, José, un hombre rico de Arimatea que se había
convertido en seguidor de Jesús, fue a ver a Pilato y le pidió el cuerpo
de Jesús. Pilato emitió una orden para que se lo entregaran. José tomó el
cuerpo y lo envolvió en un largo lienzo de lino limpio. Lo colocó en una
tumba nueva, su propia tumba que había sido tallada en la roca. Luego hizo
rodar una gran piedra para tapar la entrada y se fue. Tanto María Magda
lena como la otra María estaban sentadas frente a la tumba y observaban.
Al día siguiente, que era el día de descanso, los principales sacerdotes y los
fariseos fueron a ver a Pilato. Le dijeron:
—Señor, recordamos lo que dijo una vez ese mentiroso cuando toda
vía estaba con vida: “Luego de tres días resucitaré de los muertos”. Por
lo tanto, le pedimos que selle la tumba hasta el tercer día. Eso impedirá
que sus discípulos vayan y roben su cuerpo, y luego le digan a todo el
mundo que él resucitó de los muertos. Si eso sucede, estaremos peor que
al principio.
Pilato les respondió:
—Tomen guardias y aseguren la tumba lo mejor que puedan.
Entonces ellos sellaron la tumba y pusieron guardias para que la
protegieran.
El domingo por la mañana temprano, cuando amanecía el nuevo día,
María Magdalena y la otra María fueron a visitar la tumba.
¡De repente, se produjo un gran terremoto! Pues un ángel del Señor
descendió del cielo, c orrió la piedra a un lado y se sentó sobre ella. Su
rostro brillaba como un relámpago, y su ropa era blanca como la nieve.
Los guardias temblaron de miedo cuando lo vieron y cayeron desmayados
por completo.
Entonces, el ángel les habló a las mujeres: «¡No teman! —dijo—. Sé
que buscan a Jesús, el que fue crucificado. ¡No está aquí! Ha resucitado tal
como dijo que sucedería. Vengan, vean el lugar donde estaba su cuerpo. Y
ahora, vayan rápidamente y cuéntenles a sus discípulos que ha resucitado
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