Inmersion Mesias - Flipbook - Página 377
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M ateo
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—Bendito eres, Simón hijo de Juan, porque mi Padre que está en el
cielo te lo ha revelado. No lo aprendiste de ningún ser humano. Ahora te
digo que tú eres Pedro (que significa “roca”), y sobre esta roca edificaré
mi iglesia, y el poder de la muerte no la conquistará. Y te daré las llaves del
reino del cielo. Todo lo que prohíbas en la tierra será prohibido en el cielo,
y todo lo que permitas en la tierra será permitido en el cielo.
Luego advirtió severamente a los discípulos que no le contaran a nadie
que él era el Mesías.
A partir de entonces, Jesús empezó a decir claramente a sus discípulos
que era necesario que fuera a Jerusalén, y que sufriría muchas cosas terri
bles a manos de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los maes
tros de la ley religiosa. Lo matarían, pero al tercer día resucitaría.
Entonces Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo por decir se
mejantes cosas.
—¡Dios nos libre, S eñor! —dijo—. Eso jamás te sucederá a ti.
Jesús se dirigió a Pedro y le dijo:
—¡Aléjate de mí, Satanás! Representas una trampa peligrosa para mí.
Ves las cosas solamente desde el punto de vista humano, no desde el punto
de vista de Dios.
Luego Jesús dijo a sus discípulos: «Si alguno de ustedes quiere ser mi
seguidor, tiene que abandonar su propia manera de vivir, tomar su cruz
y seguirme. Si tratas de aferrarte a la vida, la perderás, pero si entregas tu
vida por mi causa, la salvarás. ¿Y qué beneficio obtienes si ganas el mundo
entero pero pierdes tu propia alma? ¿Hay algo que valga más que tu alma?
Pues el Hijo del Hombre vendrá con sus ángeles en la gloria de su P
adre
y juzgará a cada persona de acuerdo con sus acciones. Les digo la verdad,
algunos de los que están aquí ahora no morirán antes de ver al H
ijo del
Hombre llegar en su reino».
Seis días después, J esús tomó a Pedro y a los dos hermanos, Santiago y
Juan, y los llevó a una montaña alta para estar a solas. Mientras los hombres
observaban, la apariencia de Jesús se transformó a tal punto que la cara le
brillaba como el sol y su ropa se volvió tan blanca como la luz. De repente,
aparecieron M
oisés y Elías y comenzaron a conversar con Jesús.
Pedro exclamó: «
Señor, ¡es maravilloso que estemos aquí! Si deseas,
haré tres enramadas como recordatorios: una para ti, una para M
oisés y
la otra para Elías».
No había terminado de hablar cuando una nube brillante los cubrió, y
desde la nube una voz dijo: «Este es mi H
ijo muy amado, quien me da
gran gozo. Escúchenlo a él». Los discípulos estaban aterrados y cayeron
rostro en tierra.
Entonces Jesús se les acercó y los tocó. «Levántense —les dijo—, no
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