Inmersion Mesias - Flipbook - Página 36
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INMERSIÓN
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MESÍAS
8:15-29
la madurez. Y las semillas que cayeron en la buena t ierra representan a las
personas sinceras, de buen corazón, que oyen la palabra de Dios, se aferran
a ella y con paciencia producen una cosecha enorme.
»Nadie enciende una lámpara y luego la cubre con un tazón o la esconde
debajo de la cama. Una lámpara se coloca en un lugar alto, donde todos
los que entran a la casa puedan ver su luz. Pues todo lo secreto tarde o
temprano se descubrirá, y todo lo oculto saldrá a la luz y se dará a conocer
a todos.
»Así que presten atención a cómo oyen. A los que escuchan mis ense
ñanzas se les dará más entendimiento; pero a los que no escuchan, se les
quitará aun lo que piensan que entienden».
Entonces la madre y los hermanos de Jesús vinieron a verlo, pero no pu
dieron acercarse a él debido a la gran cantidad de gente. Alguien le dijo a
Jesús:
—Tu madre y tus hermanos están parados afuera y quieren verte.
Jesús respondió:
—Mi madre y mis hermanos son todos los que oyen la palabra de Dios
y la obedecen.
Cierto día Jesús les dijo a sus discípulos: «Crucemos al otro lado del
lago». Así que subieron a una barca y salieron. Mientras navegaban, Jesús
se recostó para dormir una siesta. Pronto se desató una tormenta feroz
sobre el lago. La barca se llenaba de agua y estaban realmente en peligro.
Los discípulos fueron a despertarlo: «¡Maestro! ¡Maestro! ¡Nos vamos
a ahogar!», gritaron.
Cuando J esús se despertó, reprendió al viento y a las tempestuosas olas.
De repente la tormenta se detuvo, y todo quedó en calma. Entonces les
preguntó: «¿Dónde está su fe?».
Los discípulos quedaron aterrados y asombrados. «¿Quién es este hom
bre? —se preguntaban unos a otros—. Cuando da una orden, ¡hasta el
viento y las olas lo obedecen!».
Luego llegaron a la región de los gerasenos, al otro lado del lago de Gali
lea. Mientras J esús bajaba de la barca, un hombre que estaba poseído por
demonios salió a su encuentro. Por mucho tiempo, había estado desnudo
y sin hogar, y vivía entre las tumbas en las afueras de la ciudad.
En cuanto vio a Jesús, soltó un alarido y cayó al suelo frente a él, y gritó:
«¿Por qué te entrometes conmigo, Jesús, H
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ltísimo? ¡Por
favor, te suplico que no me tortures!». Pues Jesús ya le había ordenado al
espíritu maligno que saliera del hombre. Ese espíritu a menudo tomaba
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