Inmersion Mesias - Flipbook - Página 331
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1 Pedro
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interior, la que no se desvanece, la belleza de un espíritu tierno y sereno,
que es tan precioso a los ojos de Dios. Así es como lucían hermosas las
santas mujeres de la antigüedad. Ellas ponían su confianza en Dios y acep
taban la autoridad de sus maridos. Por ejemplo, Sara obedecía a su esposo,
Abraham, y lo llamaba «señor». Ustedes son sus hijas cuando hacen lo
correcto sin temor a lo que sus esposos pudieran hacer.
De la misma manera, ustedes maridos, tienen que honrar a sus esposas.
Cada uno viva con su esposa y trátela con entendimiento. Ella podrá ser
más débil, pero participa por igual del regalo de la nueva vida que Dios
les ha dado. Trátenla como es debido, para que nada estorbe las oraciones
de ustedes.
Por último, todos deben ser de un mismo parecer. Tengan compasión unos
de otros. Ámense como hermanos y hermanas. Sean de buen corazón y
mantengan una actitud humilde. No paguen mal por mal. No respondan
con insultos cuando la gente los insulte. Por el contrario, contesten con
una bendición. A esto los ha llamado Dios, y él les concederá su bendición.
Pues las Escrituras dicen:
«Si quieres disfrutar de la vida
y ver muchos días felices,
refrena tu lengua de hablar el mal
y tus labios de decir mentiras.
Apártate del mal y haz el bien.
Busca la paz y esfuérzate por mantenerla.
Los ojos del Señor están sobre los que hacen lo bueno,
y sus oídos están abiertos a sus oraciones.
Pero el Señor aparta su rostro
de los que hacen lo malo».
Ahora bien, ¿quién querrá hacerles daño si ustedes están deseosos de
hacer el bien? Pero, aun si sufren por hacer lo correcto, Dios va a recom
pensarlos. Así que no se preocupen ni tengan miedo a las amenazas. En
cambio, adoren a Cristo como el Señor de su vida. Si alguien les pregunta
acerca de la esperanza que tienen como creyentes, estén siempre prepa
rados para dar una explicación; pero háganlo con humildad y respeto.
Mantengan siempre limpia la conciencia. Entonces, si la gente habla en
contra de ustedes será avergonzada al ver la vida recta que llevan porque
pertenecen a C
risto. Recuerden que es mejor sufrir por hacer el bien —si
eso es lo que Dios quiere— ¡que sufrir por hacer el mal!
Cristo sufrió por nuestros pecados una sola vez y para siempre. Él nunca
pecó, en cambio, murió por los pecadores para llevarlos a salvo con Dios.
Sufrió la muerte física, pero volvió a la vida en el Espíritu.
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