Inmersion Mesias - Flipbook - Página 320
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INMERSIÓN
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MESÍAS
14:48-67
hombres que estaban con J esús sacó su espada e hirió al esclavo del sumo
sacerdote cortándole una oreja.
Jesús les preguntó: «¿Acaso soy un peligroso revolucionario, para que
vengan con espadas y palos para arrestarme? ¿Por qué no me arrestaron
en el templo? Estuve enseñando allí entre ustedes todos los días. Pero
estas cosas suceden para que se cumpla lo que dicen las Escrituras acerca
de mí».
Entonces todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron. Un joven que
los seguía solamente llevaba puesta una camisa de noche de lino. Cuando
la turba intentó a garrarlo, su camisa de noche se deslizó y huyó desnudo.
Llevaron a J esús a la casa del sumo sacerdote, donde se habían reunido los
principales sacerdotes, los ancianos y los maestros de la ley religiosa. Mien
tras tanto, Pedro lo siguió de lejos y entró directamente al patio del sumo
sacerdote. Allí se sentó con los guardias para calentarse junto a la fogata.
Adentro, los principales sacerdotes y todo el Concilio Supremo in
tentaban encontrar pruebas contra J esús para poder ejecutarlo, pero no
pudieron encontrar ninguna. Había muchos falsos testigos que hablaban
en contra de él, pero todos se contradecían. Finalmente unos hombres se
pusieron de pie y dieron el siguiente falso testimonio: «Nosotros lo oímos
decir: “Yo destruiré este templo hecho con manos humanas y en tres días
construiré otro, no hecho con manos humanas”». ¡Pero aun así sus relatos
no coincidían!
Entonces el sumo sacerdote se puso de pie ante todos y le preguntó a
Jesús: «Bien, ¿no vas a responder a estos cargos? ¿Qué tienes que decir a
tu favor?». Pero Jesús se mantuvo callado y no contestó. Entonces el sumo
sacerdote le preguntó:
—¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?
Jesús dijo:
—Yo Soy. Y ustedes verán al Hijo del Hombre sentado en el lugar de
poder, a la derecha de Dios, y viniendo en las nubes del cielo.
Entonces el sumo sacerdote se rasgó las vestiduras en señal de horror y
dijo: «¿Para qué necesitamos más testigos? Todos han oído la blasfemia
que dijo. ¿Cuál es el veredicto?».
«¡Culpable! —gritaron todos—. ¡Merece morir!».
Entonces algunos comenzaron a escupirle, y le vendaron los ojos y le
daban puñetazos. «¡Profetízanos!», se burlaban. Y los guardias lo abofe
teaban mientras se lo llevaban.
Mientras tanto, Pedro estaba abajo, en el patio. Una de las sirvientas que
trabajaba para el sumo sacerdote pasó y vio que Pedro se calentaba junto
a la fogata. Se quedó mirándolo y dijo:
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