Inmersion Mesias - Flipbook - Página 315
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M arcos
como a mí mismo. Esto es más importante que presentar todas las ofren
das quemadas y sacrificios exigidos en la ley.
Al ver cuánto entendía el hombre, J esús le dijo:
—No estás lejos del reino de Dios.
Y, a partir de entonces, nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Tiempo después, Jesús estaba enseñando al pueblo en el templo y pre
guntó: «¿Por qué afirman los maestros de la ley religiosa que el M
esías es
hijo de D
avid? Pues el propio D
avid, mientras hablaba bajo la inspiración
del Espíritu Santo, dijo:
“El Señor le dijo a mi Señor:
‘Siéntate en el lugar de honor a mi derecha,
hasta que humille a tus enemigos y los ponga por debajo de tus
pies’”.
Ya que D
avid mismo llamó al M
esías “mi S eñor”, ¿cómo es posible que el
Mesías sea su hijo?». La gran multitud se deleitaba al escucharlo.
Jesús también enseñó: «¡Cuídense de los maestros de la ley religiosa!
Pues les gusta pavonearse en túnicas largas y sueltas y recibir saludos res
petuosos cuando caminan por las plazas. ¡Y cómo les encanta ocupar los
asientos de honor en las sinagogas y sentarse a la mesa principal en los
banquetes! Sin embargo, estafan descaradamente a las viudas para apode
rarse de sus propiedades y luego pretenden ser piadosos haciendo largas
oraciones en público. Por eso, serán castigados con más severidad».
J esús se sentó cerca de la caja de las ofrendas del templo y observó mien
tras la gente depositaba su dinero. Muchos ricos echaban grandes canti
dades. Entonces llegó una viuda pobre y echó dos monedas pequeñas.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Les digo la verdad, esta viuda
pobre ha dado más que todos los demás que ofrendan. Pues ellos dieron
una mínima parte de lo que les sobraba, pero ella, con lo pobre que es, dio
todo lo que tenía para vivir».
Cuando J esús salía del templo ese día, uno de sus discípulos le dijo:
—Maestro, ¡mira estos magníficos edificios! Observa las impresionan
tes piedras en los muros.
Jesús respondió:
—Sí, mira estos grandes edificios, pero serán demolidos por completo.
¡No quedará ni una sola piedra sobre otra!
Más tarde, Jesús se sentó en el monte de los Olivos, al otro lado del valle
del templo. Pedro, Santiago, Juan y Andrés se le acercaron en privado y le
preguntaron:
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