Inmersion Mesias - Flipbook - Página 306
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INMERSIÓN
•
MESÍAS
9:1-18
y de pecado, el H
ijo del H
ombre se avergonzará de esa persona cuando
regrese en la gloria de su Padre con sus santos ángeles».
Jesús continuó diciendo: «¡Les digo la verdad, algunos de los que
están aquí ahora no morirán antes de ver el reino de Dios llegar con gran
poder!».
Seis días después, J esús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan y los llevó a una
montaña alta para estar a solas. Mientras los hombres observaban, la apa
riencia de J esús se transformó, y su ropa se volvió blanca resplandeciente,
más de lo que cualquier blanqueador terrenal jamás podría lograr. Después
aparecieron Elías y M
oisés y comenzaron a conversar con Jesús.
Pedro exclamó: «Rabí, ¡es maravilloso que estemos aquí! Hagamos
tres enramadas como recordatorios: una para ti, una para M
oisés y la otra
para Elías». Dijo esto porque realmente no sabía qué otra cosa decir, pues
todos estaban aterrados.
Luego una nube los cubrió y, desde la nube, una voz dijo: «Este es mi
Hijo muy amado. Escúchenlo a él». De pronto, cuando miraban ellos a
su alrededor, Moisés y Elías se habían ido, y vieron solo a Jesús con ellos.
Mientras descendían de la montaña, él les dijo que no le contaran a
nadie lo que habían visto hasta que el H
ijo del H
ombre se levantara de los
muertos. Así que guardaron el secreto, pero a menudo se preguntaban qué
quería decir con «levantarse de los muertos».
Entonces le preguntaron:
—¿Por qué los maestros de la ley religiosa insisten en que Elías debe
regresar antes de que venga el Mesías?
Jesús contestó:
—Es cierto que Elías viene primero a fin de dejar todo preparado. Sin
embargo, ¿por qué las Escrituras dicen que el H
ijo del H
ombre debe sufrir
mucho y ser tratado con total desprecio? Pero les digo, Elías ya vino, y ellos
prefirieron maltratarlo, tal como lo predijeron las Escrituras.
Cuando regresaron adonde estaban los demás discípulos, vieron que los
rodeaba una gran multitud y que algunos maestros de la ley religiosa discu
tían con ellos. Cuando la multitud vio a Jesús, todos se llenaron de asom
bro y corrieron a saludarlo.
—¿Sobre qué discuten? —preguntó Jesús.
Un hombre de la multitud tomó la palabra y dijo:
—Maestro, traje a mi hijo para que lo sanaras. Está poseído por un es
píritu maligno que no le permite hablar. Y, siempre que este espíritu se
apodera de él, lo tira violentamente al suelo y él echa espuma por la boca,
rechina los dientes y se pone rígido. Así que les pedí a tus discípulos que
echaran fuera al espíritu maligno, pero no pudieron hacerlo.
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