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INMERSIÓN
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MESÍAS
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de esta vida, el atractivo de la riqueza y el deseo por otras cosas, así que
no se produce ningún fruto. Y las semillas que cayeron en la buena tierra
representan a los que oyen y aceptan la palabra de Dios, ¡y producen una
cosecha treinta, sesenta y hasta cien veces más numerosa de lo que se
había sembrado!».
Entonces J esús les preguntó: «¿Acaso alguien encendería una lámpara y
luego la pondría debajo de una canasta o de una cama? ¡Claro que no! Una
lámpara se coloca en un lugar alto, donde su luz alumbre. Pues todo lo que
está escondido tarde o temprano se descubrirá y todo secreto saldrá a la
luz. El que tenga oídos para oír, que escuche y entienda».
Luego agregó: «Presten mucha atención a lo que oyen. Cuanto más
atentamente escuchen, tanto más entendimiento les será dado, y se les
dará aún más. A los que escuchan mis enseñanzas se les dará más en
tendimiento, pero a los que no escuchan, se les quitará aun lo poco que
entiendan».
J esús también dijo: «El reino de D
ios es como un agricultor que esparce
semilla en la tierra. Día y noche, sea que él esté dormido o despierto, la
semilla brota y crece, pero él no entiende cómo sucede. La tierra produce
las cosechas por sí sola. Primero aparece una hoja, luego se forma la es
piga y finalmente el grano madura. Tan pronto como el grano está listo, el
agricultor lo corta con la hoz porque ha llegado el tiempo de la cosecha».
J esús dijo: «¿Cómo puedo describir el reino de Dios? ¿Qué relato em
plearé para ilustrarlo? Es como una semilla de mostaza sembrada en la
tierra. Es la más pequeña de todas las semillas, pero se convierte en la
planta más grande del huerto; sus ramas llegan a ser tan grandes que los
pájaros hacen nidos bajo su sombra».
Jesús empleó muchas historias e ilustraciones similares para enseñar a
la gente, tanto como pudieran entender. De hecho, durante su ministerio
público nunca enseñó sin usar parábolas; pero después, cuando estaba a
solas con sus discípulos, les explicaba todo a ellos.
Al atardecer, J esús dijo a sus discípulos: «Crucemos al otro lado del lago».
Así que dejaron a las multitudes y salieron con Jesús en la barca (aunque
otras barcas los siguieron). Pronto se desató una tormenta feroz y olas
violentas entraban en la barca, la cual empezó a llenarse de agua.
Jesús estaba dormido en la parte posterior de la barca, con la cabeza
recostada en una almohada. Los discípulos lo despertaron: «¡Maestro!
¿No te importa que nos ahoguemos?», gritaron.
Cuando Jesús se despertó, reprendió al viento y dijo a las olas: «¡Silencio!
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