Inmersion Mesias - Flipbook - Página 291
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M arcos
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A la mañana siguiente, antes del amanecer, J esús se levantó y fue a un lugar
aislado para orar. Más tarde, Simón y los otros salieron a buscarlo. Cuando
lo encontraron, le dijeron:
—Todos te están buscando.
Jesús les respondió:
—Debemos seguir adelante e ir a otras ciudades, y en ellas también
predicaré porque para eso he venido.
Así que recorrió toda la región de Galilea, predicando en las sinagogas
y expulsando demonios.
Un hombre con lepra se acercó, se arrodilló ante Jesús y le suplicó que lo
sanara.
—Si tú quieres, puedes sanarme y dejarme limpio —dijo.
Movido a compasión, Jesús extendió la mano y lo tocó.
—Sí quiero —dijo—. ¡Queda sano!
Al instante, la lepra desapareció y el hombre quedó sano. Entonces J esús
lo despidió con una firme advertencia:
—No se lo cuentes a nadie. En cambio, preséntate ante el sacerdote y
deja que te examine. Lleva contigo la ofrenda que exige la ley de Moisés a
los que son sanados de lepra. Esto será un testimonio público de que has
quedado limpio.
Pero el hombre hizo correr la voz proclamando a todos lo que había
sucedido. Como resultado, grandes multitudes pronto rodearon a Jesús, de
modo que ya no pudo entrar abiertamente en ninguna ciudad. Tenía que
quedarse en lugares apartados, pero aun así gente de todas partes seguía
acudiendo a él.
Cuando J esús regresó a Capernaúm varios días después, enseguida corrió
la voz de que había vuelto a casa. Pronto la casa donde se hospedaba es
taba tan llena de visitas que no había lugar ni siquiera frente a la puerta.
Mientras él les predicaba la palabra de Dios, llegaron cuatro hombres car
gando a un paralítico en una camilla. Como no podían llevarlo hasta Jesús
debido a la multitud, abrieron un agujero en el techo, encima de donde
estaba Jesús. Luego bajaron al hombre en la camilla, justo delante de Jesús.
Al ver la fe de ellos, Jesús le dijo al paralítico: «Hijo mío, tus pecados son
perdonados».
Algunos de los maestros de la ley religiosa que estaban allí sentados
pensaron: «¿Qué es lo que dice? ¡Es una blasfemia! ¡Solo Dios puede per
donar pecados!».
En ese mismo instante, Jesús supo lo que pensaban, así que les preguntó:
«¿Por qué cuestionan eso en su corazón? ¿Qué es más fácil decirle al pa
ralítico: “Tus pecados son perdonados” o “Ponte de pie, toma tu camilla y
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