Inmersion Mesias - Flipbook - Página 27
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L u cas – H E C H O S
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Cierto día, mientras Jesús predicaba en la orilla del mar de Galilea, grandes
multitudes se abalanzaban sobre él para escuchar la palabra de Dios. Jesús
notó dos barcas vacías en la orilla porque los pescadores las habían dejado
mientras lavaban sus redes. Al subir a una de las barcas, J esús le pidió a
Simón, el dueño de la barca, que la empujara al agua. Luego se sentó en la
barca y desde allí enseñaba a las multitudes.
Cuando terminó de hablar, le dijo a Simón:
—Ahora ve a las aguas más profundas y echa tus redes para pescar.
—Maestro —respondió Simón—, hemos trabajado mucho durante
toda la noche y no hemos pescado nada; pero si tú lo dices, echaré las
redes nuevamente.
Y esta vez las redes se llenaron de tantos peces ¡que comenzaron a rom
perse! Un grito de auxilio atrajo a los compañeros de la otra barca, y pronto
las dos barcas estaban llenas de peces y a punto de hundirse.
Cuando Simón Pedro se dio cuenta de lo que había sucedido, cayó de
rodillas delante de Jesús y le dijo:
—Señor, por favor, aléjate de mí; soy un hombre tan pecador.
Pues estaba muy asombrado por la cantidad de peces que habían sacado,
al igual que los otros que estaban con él. Sus compañeros, Santiago y Juan,
hijos de Zebedeo, también estaban asombrados.
Jesús respondió a Simón:
—¡No tengas miedo! ¡De ahora en adelante, pescarás personas!
Y, en cuanto llegaron a tierra firme, dejaron todo y siguieron a Jesús.
En una de las aldeas, Jesús conoció a un hombre que tenía una lepra muy
avanzada. Cuando el hombre vio a J esús, se inclinó rostro en t ierra y le
suplicó que lo sanara.
—¡Señor! —le dijo—, ¡si tú quieres, puedes sanarme y dejarme limpio!
Jesús extendió la mano y lo tocó:
—Sí quiero —dijo—. ¡Queda sano!
Al instante, la lepra desapareció. Entonces Jesús le dio instrucciones de
que no dijera a nadie lo que había sucedido. Le dijo: «Preséntate ante el
sacerdote y deja que te examine. Lleva contigo la ofrenda que exige la ley
de Moisés a los que son sanados de lepra. Esto será un testimonio público
de que has quedado limpio».
Sin embargo, a pesar de las instrucciones de Jesús, la noticia de su poder
corrió aún más, y grandes multitudes llegaron para escucharlo predicar y
ser sanados de sus enfermedades. Así que J esús muchas veces se alejaba
al desierto para orar.
Cierto día, mientras J esús enseñaba, algunos fariseos y maestros de la ley
religiosa estaban sentados cerca. (Al parecer, esos hombres habían llegado
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